Mucha gente dice muchas cosas sobre Jesús de Nazaret. He escrito estas cartas a mi sobrino, a fin de enseñarle quién fue realmente Jesús. Lo que acá escribo es muy distinto de lo que aparece en los evangelios.
domingo, 19 de septiembre de 2010
10. ¿Cuál era la relación entre Jesús y Juan el Bautista?
Querido sobrino:
Hoy estoy un poco entristecido, porque recibí la noticia de que falleció un maestro por el cual sentí mucha admiración. Casi todas las personas han tenido algún maestro o guía al cual han seguido en algún momento de sus vidas. Aristóteles siguió a Platón, y éste a Sócrates. Y, así con muchos otros personajes de la historia. Me parece que Jesús no fue la excepción. Puesto que los cristianos creen que Jesús es Dios, frecuentemente asumen que Jesús tuvo muchos seguidores, pero que él mismo no siguió a nadie. Pero, yo creo que lo más probable es que Jesús haya empezado por ser un discípulo de Juan el Bautista. Te explicaré por qué.
No es mucho lo que podemos conocer sobre Juan el Bautista, pero ciertamente se trata de un personaje muy significativo en la historia de Jesús. Según la narrativa de Lucas, Juan y Jesús eran primos. María, la madre de Jesús, habría recibido la anunciación del ángel Gabriel, y frente a su asombro, el ángel le comunicó que la prima de María, Isabel, había quedado encinta después de muchos años de esterilidad. Juan habría nacido de Isabel.
Yo dudo de que Jesús y Juan hayan sido primos. En la antigüedad existía la tendencia a inventar parentescos entre personajes que tuvieran cierta vinculación, a fin de estrechar sus lazos. Y, además, la historia sobre el parentesco entre Jesús y Juan permite al autor de Lucas enmarcar un relato sobre la visita de María a Isabel, la cual cumple el propósito de elaborar un cántico de gloria a Dios.
Probablemente, Juan era un predicador con un considerable número de seguidores. Juan se había retirado al río Jordán a practicar el rito del bautismo a quienes acudían a él. Pero, además de llevar a cabo el rito del bautismo, Juan destacaba por su prédica, la cual, según el testimonio de Mateo 3: 1, Marcos 1: 5 y Lucas 3: 2, también ocurría en el desierto de Judea. Y, probablemente, Juan no era un predicador solitario, sino que era acompañado por varios seguidores. Los evangelios no ofrecen detalles respecto a cuántas personas seguían a Juan, pero Josefo nos informa que Herodes Antipas ejecutó a Juan porque temía su popularidad y capacidad de convocatoria.
Juan había decidido retirarse al desierto a llevar una vida ascética. Según parece, había renunciado al ropaje convencional, y se vestía con pelos de camello y cinturón de cuero (Mateo 3: 4). Probablemente, Juan pretendía emular la antigua tradición, según la cual, el profeta Elías llevaba un vestido de pelo de camello y cinturón de cuero (I Reyes 1: 8). Pues, en buena medida, la prédica de Juan pretendía ser similar a la del antiguo profeta que anunciaba grandes catástrofes al pueblo de Israel, si éste no se arrepentía de sus pecados.
A tal punto llegó la emulación de Elías por parte de Juan que, según parece, varias personas llegaron a considerar que Juan era en realidad Elías. Vale destacar que, según el relato de II Reyes 2: 11, Elías fue arrebatado en un carro de fuego, y subió al cielo en una tempestad. Así, las narrativas sobre Elías eran muy imprecisas respecto a su muerte, y podía contemplarse la posibilidad de que nunca había muerto. Si no había muerto, entonces, quizás, había regresado bajo la imagen de Juan. Pues, en efecto, se esperaba que Elías regresara en un contexto apocalíptico (Malaquías 3: 23-24).
De hecho, según el relato de Juan 1: 19-20, los sacerdotes Jerusalén habían enviado mensajeros a preguntar a Juan si él era Elías. Según ese mismo relato, Juan niega ser Elías. Pero, no es del todo claro que Juan hubiese negado su identidad con Elías, pues en un lugar del evangelio de Mateo, se asume que Juan sí era Elías. En Mateo 11: 12-13, Jesús pronuncia: “Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga”.
En todo caso, creyese o no él mismo que era Elías, Juan el Bautista mantenía una afinidad con el antiguo profeta. Y, retirado al desierto, había asumido prácticas ascetas, no sólo materializadas en su manera de vestir, sino en una alimentación muy rudimentaria, con base en langostas y miel silvestre (Marcos 1:6; Mateo 3: 4).
Entre los judíos existían tradiciones ascéticas, pero no eran muy prominentes. Según recordarás, el grupo que con mayor prominencia tenía prácticas ascéticas eran los esenios, quienes se habían retirado a comunidades recluidas alejadas de Jerusalén, pues consideraban que el Templo había sido corrompido por los sacerdotes.
Las prácticas ascéticas suelen estar asociadas a un pesimismo respecto al estado actual del mundo. En este sentido, los ascetas suelen creer que el mundo está controlado por fuerzas malignas, y que los placeres materiales constituyen una manera de doblegarse frente al poderío de lo maligno. En el contexto judío, las prácticas ascetas solían estar acompañadas por creencias apocalípticas. Según estas creencias, el mundo está actualmente controlado por fuerzas demoníacas, y Dios pronto intervendrá abruptamente para destruir a las fuerzas malignas e instaurar una nueva época bajo su comando. En espera de esa inminente irrupción, los ascetas se retiraban de la vida en las ciudades en un intento por escapar a este mundo maligno, en espera de la pronta irrupción de Dios.
Los esenios, además de ser ascetas, eran apocalípticos. Presumiblemente, su retirada a las comunidades de Qumrán no pretendía ser indefinida. Antes bien, esperaban que su época de aislamiento no fuese muy prolongada, pues tenían la convicción de que, más temprano que tarde, llegaría el fin de este mundo, y se iniciara una nueva era. La prédica de Juan era marcadamente apocalíptica; esto, junto a sus prácticas ascetas y la cercanía entre Qumrán y el río Jordán, permite pensar en la posibilidad de que, quizás, Juan fue un esenio. Ni Josefo ni los evangelios enuncian que Juan fuese esenio. En todo caso, si en efecto fue un esenio, pareció haber renunciado al aislamiento en las comunidades recluidas, y fundó un movimiento propio.
Mateo y Lucas ofrecen algunos detalles respecto al contenido de la prédica de Juan. Si bien las palabras de Juan en Mateo y Lucas no son necesariamente fidedignas en su totalidad, probablemente reflejan la idea central de la prédica de Juan, pues resulta coherente con sus propias acciones, su muerte, así como con la posterior prédica de Jesús. El mensaje es marcadamente apocalíptico: en cualquier momento, Dios irrumpirá con toda su ira, y juzgará a los pecadores. Para evitar el inminente castigo divino, urge arrepentirse, porque el reino está por llegar.
En función de los anuncios apocalípticos, la prédica de Juan se asoma en un tono muy agresivo. Mateo y Lucas registran dichos como éste: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?” (Mateo 3:7; Lucas 3: 7). Y, frente a la depravación del mundo, Juan pronuncia continuas amenazas de un castigo inminente: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mateo 3: 10; Lucas 3: 9).
Tal era la convicción de Juan respecto a la corrupción del mundo, que una vez más con amenazas, advertía que no era suficiente con cumplir los ritos del judaísmo. Para salvarse del inminente castigo, sería necesario una verdadera conversión y arrepentimiento, pues no basta con ser parte del pueblo elegido: “Dad pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham” (Mateo 3: 9; Lucas 3: 8).
¿Qué se podía hacer frente al inminente juicio? Arrepentirse de los pecados. El arrepentimiento de corazón era fundamental, pero según parece, Juan pretendía alguna forma de expiación que hiciera el arrepentimiento más significativo, haciendo énfasis en la necesidad ascética para renunciar al mundo corrompido: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo… [a los recolectores de impuestos] no exijáis más de lo que está fijado… [a los soldados] no hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada” (Lucas 3: 14).
Como acto ritual para el arrepentimiento de los pecados, Juan bautizaba a orillas del río Jordán, en Judea. Según Mateo 3: 5, gentes procedentes de Jerusalén, toda la Judea y el Jordán acudían a él para ser bautizados. No parece tratarse de una exageración; Josefo confirma que, en efecto, el contingente de seguidores de Juan era extenso. La expectativa apocalíptica no era exclusiva de Juan o los esenios; antes bien, pululaba entre los judíos de la región. Y, en la medida en que aparecía un predicador anunciado el inminente fin del mundo y la necesidad de arrepentirse para evitar ser lanzados al fuego, las masas eran susceptibles de convertirse en sus seguidores. Juan, por su parte, debió haber sido un predicador bastante carismático, a la usanza de los antiguos profetas de Israel. Los pocos dichos que conocemos de él tienen mucha fuerza retórica, y presumiblemente, un hombre del desierto debía tener una oratoria muy emotiva. Seguramente sabes que las palabras enunciadas en un tono efervescente, “arrepentíos, porque el Reino se acerca” han sido evocadas por predicadores populistas carismáticos desde entonces, y suelen tener poder de convocatoria.
El ritual del bautismo consistía en una inmersión en el agua como símbolo para lavar los pecados de quienes se arrepentían. Los ritos de purificación eran prominentes en el judaísmo, en especial aquellos que debían realizarse como preparación para la entrada al Templo en Jerusalén. Pero, el tipo de purificación que Juan practicaba parecía ser más bien una purificación simbólica como corolario de la purificación espiritual que consistía en el arrepentimiento por los pecados.
Es posible que, además de emular a Elías, Juan tuviese en mente la emulación de Josué, el caudillo quien, según la tradición, condujo a Israel a cruzar el Jordán para conquistar la Tierra Prometida. Bien podría Juan haber pretendido la preparación una nueva conquista: lo mismo que José, los judíos conquistarían una vez más la Tierra Prometida, pero esta vez para librarla en una batalla apocalíptica, bajo el comando de Dios en su inminente intervención.
Juan no habría sido el único en emular en un marco apocalíptico el cruce del Jordán, a la manera de Josué. Josefo nos ha dejado la noticia de que un tal Teudas, convenció a mucha gente de que lo siguiera, pues él dividiría el Jordán en dos para permitir el paso de su pueblo (el mismo milagro que Josué realizó, según Josué 3: 14-17). Posiblemente, Teudas pudo haber alegado ser el Mesías, pues era relativamente fácil convocar multitudes con este alegato, más aún si se disponían a emular el paso del Jordán para una nueva conquista. En todo caso, este cruce del Jordán fue percibido como una amenaza por las autoridades romanas, y la mayor parte de quienes acompañaban a Teudas fueron masacrados en una batalla muy desigual: los seguidores de Teudas habrían esperado una intervención milagrosa, pues parecían estar convencidos de que Dios irrumpiría a su favor, y por ende, presumiblemente no iban armados o preparados para el combate. A su frente, tenían a los soldados del imperio, bien entrenados y disciplinados. Hechos 5: 36-38 confirma este suceso, a pesar de que la ubicación cronológica que presenta el autor de Hechos sobre este suceso contradice la noticia de Josefo (Hechos sugiere que el episodio de Teudas ocurrió décadas antes del momento alegado por Josefo).
Creo bastante plausible que Juan tuviese una intención parecida a la de Teudas. Pero, en todo caso, además de agitar a las masas frente a una eventual conquista apocalíptica en el Jordán, propiciaba su purificación espiritual frente a la expectativa de la inminente llegada del Reino.
Todo parece indicar que Jesús formó parte de ese contingente de personas que acudía a Juan para arrepentirse de sus pecados y recibir el bautismo como medio ritual de la conversión, en expectativa apocalíptica. El bautismo de Jesús implica dos cuestiones que probablemente hubo de incomodar a los evangelistas. En primer lugar, suponía que Jesús no estaba libre de pecados, pues si había acudido al bautismo, era precisamente con la intención de arrepentirse y de quedar purificado de los pecados. Por ello, es muy poco probable que los evangelistas hubieran inventado un acontecimiento que suponía la imperfección moral de Jesús. Si los evangelios narran que Jesús fue bautizado, probablemente este hecho sí ocurrió, pues dadas las intenciones de los evangelistas, éstos hubiesen preferido que Jesús no hubiera sido bautizado.
Además, el hecho de que Juan bautice a Jesús implica una relación de superioridad del primero respecto al segundo, en la medida en que Jesús se somete a la acción ritual de Juan. Precisamente por tratarse de un hecho que, en cierto sentido, avergonzaría a los evangelistas (en tanto devotos de Jesús, considerarían que éste es superior a Juan), es razonable pensar que el evento en cuestión sí ocurrió.
De hecho, en los evangelios se aprecian esfuerzos por intentar disimular la condición de inferioridad y subordinación de Jesús respecto a Juan. Marcos y Lucas narran que, en efecto, Jesús fue a ser bautizado, como los demás seguidores de Juan. Pero, el bautismo de Jesús se enmarca en una escena apoteósica: “en cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: ‘Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (Marcos 1: 10-11). Así, Marcos incorpora un evento que le resulta sutilmente vergonzoso, pero crea un artificio literario para darle un giro y hacer intervenir una voz divina que lo reconoce como su hijo amado.
En Mateo, los intentos por disimular la inferioridad de Jesús son aún más elaborados. En el bautismo, ya no sólo se oye la voz divina y baja sobre Jesús una paloma, sino que el mismo Juan está renuente a bautizar a Jesús, al considerarse a sí mismo en condición de inferioridad respecto a Jesús: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mateo 3: 13).
Ya en el evangelio de Juan, Jesús ni siquiera es bautizado por Juan. Al ver a Jesús, Juan lo reconoce como el “cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1: 29). En otras palabras, en el entendimiento del evangelio de Juan, Jesús no acude a remover sus pecados, sino que él mismo quita el pecado del mundo.
Así, resulta bastante evidente que Jesús acudió a ser bautizado por Juan y, por ende, presumiblemente era uno de sus discípulos. Pero, los evangelios tratan de ofrecer un giro a este hecho vergonzoso, y narran, no sólo una escena bautismal apoteósica, sino que también colocan en boca de Juan el reconocimiento de la grandeza de Jesús, aún por encima de él. Pues, en los evangelios, Juan aparece como un predicador que anuncia la llegada detrás de él de uno más grande y fuerte, quien bautizará con fuego, y del cual el mismo Juan admite ni siquiera ser digno de llevarle las sandalias.
Naturalmente, la escena del bautismo de Jesús, tal como la narran los evangelios, es probablemente un timo. Ciertamente Jesús debió haber sido bautizado por Juan, pero los detalles apoteósicos que aparecen en los evangelios son seguramente añadidos posteriores. Lo más probable es que Jesús fuese bautizado como un discípulo más de Juan, sin sobresalir por encima del resto de quienes acudían al Jordán.
Con todo, es posible que, en efecto, Juan anunciase la futura llegada del Mesías. Si bien Juan estaba inserto en el contexto de la expectativa mesiánica, es poco probable que él mismo alegase ser el Mesías. Su ministerio orbitaba en torno a la noción de que hay que prepararse para los futuros eventos, de manera tal que aún el Mesías no habría llegado. Ahora bien, es producto de la fabricación literaria que Juan identificase a Jesús como el Mesías. El evangelio de Juan es explícito al respecto, pues Juan inmediatamente reconoce a Jesús como el enviado por Dios. Es fácilmente apreciable que esto no es un hecho histórico. Lo más probable es que Juan esperase al Mesías, pero no que identificase a Jesús como ese futuro Mesías. De hecho, los evangelios de Mateo y Lucas narran que el mismo Juan no estaba absolutamente seguro de que Jesús fuese el Mesías, pues envió a sus discípulos a preguntar a Jesús si él era el Mesías (Mateo 11: 2; Lucas 7: 20).
Mateo, Marcos y Lucas narran que Herodes Antipas, el tetrarca de Galilea, había mandado a ejecutar a Juan. Esto es bastante probable, pues Josefo lo confirma. Pero, Josefo difiere de los evangelios sinópticos respecto a los motivos por los cuales Herodes ejecutó a Juan. Según los evangelios, Herodes Antipas había tomado como esposa a Herodías, la mujer de su hermano. Juan, según los evangelios, condenaba este matrimonio en su prédica, y Herodes, incómodo con esta censura, ordenó arrestar a Juan. Con mucho dramatismo, Mateo 14: 3-12 y Marcos 6: 17-29 narran que Herodes estaba renuente a ejecutar a Juan. Pero, en un banquete, la hija de Herodías bailó para Herodes, y éste, complacido, juró darle lo que ella pidiera. La hija de Herodías consultó a su madre, y ésta le indicó que pidiera la cabeza de Juan Bautista. Herodes, quien había hecho el juramento frente a los invitados, se entristeció, pero cumplió el deseo de la hija de Herodías. Sabemos por Josefo que la hija de Herodías se llamaba Salomé, y desde entonces, la escena de la danza de Salomé y la ejecución de Juan ha sido representada continuamente en el arte cristiano.Así, según la narrativa de los evangelios sinópticos, Juan fue ejecutado a causa de su denuncia de la inmoralidad sexual de Herodes.
Pero, creo que esa historia no es muy digna de credibilidad. Josefo, por su parte, ofrece una versión muy diferente sobre la muerte de Juan. Según narra Josefo, Herodes arrestó y ejecutó a Juan porque temía que su elocuencia y gran poder de convocatoria, pues en palabras de Josefo, “[los seguidores de Juan] parecían susceptibles de hacer cualquier cosa que él aconsejase”. Herodes, entonces, temía que Juan pudiera convocar una rebelión.
La versión de Josefo parece más plausible que la de los evangelios. Ya te he mencionado que Juan no habría sido el único en retirarse al Jordán a emular a Josué, y que después de Juan, un tal Teudas de hecho comandó una rebelión emulando el paso del Jordán (Hechos sugiere incluso que esto ocurrió antes de Juan, pero probablemente se trata de un error). La retórica de Juan podía ser fácilmente interpretada como incendiaria, lo suficiente como para propiciar una rebelión. Al menos como nos ha llegado a través de los evangelios, la prédica de Juan no invitaba a una rebelión armada; pero sí generaba una gran expectativa respecto a la irrupción inminente de Dios, y esto activaba emociones que, lógicamente, resultaban amenazadoras a los gobernantes.
No necesariamente la versión de Josefo está en contradicción con la versión de los evangelios: quizás, Juan fue arrestado tanto por su peligro como incitador a la rebelión, como por su denuncia de la vida conyugal de Herodes. Pero, parece haber más indicios de que el relato de los evangelios es una fabricación literaria para disimular el potencial político de Juan. En la época en que los evangelios sinópticos se escribieron, Jerusalén ya había sido destruida, y no había posibilidad de nuevas rebeliones. Frente al absoluto dominio romano, las comunidades cristianas hubieron de buscar congraciarse con los romanos, y resultó muy importante borrar los vestigios de rebelión política en las narrativas sobre Jesús y quienes le acompañaron.
Como sabrás, especialmente en el mundo católico, Juan el Bautista ha sido objeto de veneración, y es un lugar común entre cristianos y no cristianos contemplar con admiración la vida de este asceta quien, con profundas convicciones, trágicamente encontró su muerte. Me temo, querido sobrino, que no puedo estar de acuerdo con esto. Juan me resulta el precursor y prototipo de la larga lista de predicadores, cristianos y no cristianos, quienes intentan persuadir con base en el miedo, y no la persuasión razonada. Allí donde Aristóteles invitaba a precisar argumentos en el dominio del arte retórico, Juan y sus sucesores se han conformado con evocar el fuego y el infierno si no son escuchados.
Hay, es verdad, algunas enseñanzas éticas loables en la prédica de Juan. Si todos asumiéramos la conversión y el arrepentimiento que predicaba Juan, viviríamos en un mundo mucho mejor. Pero, cuando se invita a esa conversión por vía de la amenaza, las personas no asumen la conversión con la misma convicción que cuando lo hacen genuinamente, sin necesidad de que sean aplastadas con el miedo. Persuadir con base en el miedo puede ser una estrategia retórica eficaz al corto plazo, pero al largo plazo, una vez que los hombres vencen ese miedo, semejante estrategia se vuelve muy torpe.
Puedo comprender la prédica de Juan en el contexto cultural e histórico del siglo I. Ante un pueblo desesperado por la ocupación militar de poderes extranjeros, los anuncios apocalípticos tienen un sentido como esperanza y aliento de resistencia. Pero, creo que la prédica de Juan tiene poco que ofrecer al hombre moderno. Juan parecía creer que el fin era inminente; pues bien, ya han pasado casi dos mil años. Seguir creyendo que el fin es inminente es sencillamente anacrónico.
Más aún, la cosmovisión apocalíptica termina por ser profundamente irracional. Teudas pretendía que, con tan sólo pronunciar algunas palabras e invocar la intervención divina, el Jordán abriría sus aguas y, milagrosamente, los romanos serían vencidos. La realidad fue otra: junto a sus seguidores, Teudas fue aplastado por un ejército bien entrenado. La prédica apocalíptica propicia una suspensión de actividades en espera de que, milagrosamente, Dios intervenga y resuelva los problemas del mundo. Si se toma demasiado en serio hoy en día, la prédica de Juan y de los apocalípticos de su tiempo terminaría por propiciar que no tratemos de hacer de éste un mundo mejor: no tendría sentido buscar curas a las enfermedades, aliviar las crisis económicas, saciar el hambre mundial, etc., precisamente porque, en tanto ya Dios pronto intervendrá, nada de eso será necesario.
Y, también me resulta odioso el ascetismo de Juan, del cual ha emergido una larga tradición ascética cristiana. Así como la actitud apocalíptica propicia una renuncia a los intentos por hacer de éste un mundo mejor, la actitud ascética propicia un intento de escape de los males de este mundo, pero sólo para conducir a mayores mortificaciones. Si bien el ascetismo es de vieja data incluso en la tradición judía, Juan es en buena medida el fundador del odio al placer que tanto ha caracterizado a la religión cristiana en los siglos subsiguientes. Desde Juan, se ha adelantado una visión de un Dios que se complace con el sufrimiento propio y la renuncia a los placeres de la vida. Juan me resulta el prototipo del masoquista cristiano.
En todo caso, resulta bastante probable, entonces, que Jesús empezara como un discípulo de Juan. La fama de Juan habría alcanzado Galilea (la región de origen de Jesús), y lo mismo que muchas otras personas procedentes de diferentes regiones circundantes, Jesús habría acudido al Jordán para recibir el bautismo e iniciarse en el movimiento de Juan. El arresto de Juan, no obstante, si bien no constituyó el final definitivo de su movimiento, al menos sí debió haberlo fracturado significativamente. Y, probablemente, fue el arresto de Juan lo que motivó a Jesús a formar su propio movimiento.
Según parece, a lo largo de su ministerio Jesús mantuvo en alta estima a su antiguo maestro, Juan (Mateo 11: 11; 21: 32; Lucas 7: 28). En una futura carta te podré explicar que Jesús conservó de Juan la prédica apocalíptica: lo mismo que su maestro, Jesús creía en la inminente intervención de Dios para remediar los males del mundo. Pero, el movimiento de Jesús no fue meramente una continuidad del movimiento de Juan. Antes bien, algunas diferencias importantes separan al movimiento de Jesús del de Juan. Y, según parece, aún después del arresto de Juan, su movimiento siguió y coexistió con el movimiento de Jesús.
De hecho, el evangelio de Juan señala que dos discípulos de Juan, uno de los cuales era Andrés, el hermano de Simón Pedro, siguió a Jesús y se convirtió en su discípulo (Juan 1: 35-39). No es precisable si esta historia es confiable, pues los evangelios sinópticos sugieren que Andrés fue llamado por Jesús en Cafarnaúm (Mateo 4: 19-20; Marcos 1: 17-18; Lucas 5: 11). En todo caso, sí es plausible que, en efecto, el carisma de Jesús propiciara la fundación de su propio movimiento tras la muerte de Juan, y se unieran a él antiguos discípulos de Juan.
Así, querido sobrino, disfruta cuanto quieras todas las fiestas de san Juan los 21 de junio. Ya te había mencionado que los cristianos escogieron el solsticio de invierno para celebrar la navidad; pues bien, el solsticio de verano es también la festividad de san Juan. He visto cómo en muchos países cristianos, se prenden fogatas y la gente se baña de noche en las playas durante esa celebración. De nuevo, disfruta cuanto quieras y no te propongo que sabotees las fiestas. Pero, sí te propongo que reconsideres al personaje de Juan el Bautista, a la luz de lo que te he explicado.
Se despide con mucho cariño, tu tío Gabriel.
9. ¿Cuál era el aspecto físico de Jesús?
Querido sobrino:
Cuando nos reunimos en navidades, no tuvimos oportunidad de visitar los museos de la ciudad. Pero, sabrás que desde que eras niño te llevaba a contemplar varias de las grandes obras de la pintura europea, tanto en los museos como en los libros de arte. No ha sido meramente casual que la mayor parte del arte occidental durante los últimos dos milenios representen temas cristianos, y si bien creo que muchas de las escenas bíblicas retratadas en esos cuadros son timos, aprecio profundamente su valor estético.
A mí me resulta muy curioso que el Jesús que han representado los grandes maestros del arte occidental sea perecido a un europeo de la Edad Media. Piensa en Velásquez, Da Vinci, Bloch, y otros grandes maestros de la pintura: en sus cuadros, aparece un Jesús delgado, de piel blanca, cabello castaño y ojos claros. Es, de hecho, la imagen que casi todos los cristianos tienen de Jesús: visita cualquier iglesia y lo comprobarás. Y, naturalmente, en el cine, casi todos los actores que han representado a Jesús tienen una apariencia física similar.
No sé si esa apariencia física de Jesús es un timo, a la manera en que sí es un timo su nacimiento en Belén. Pero, creo que no debemos confiar demasiado en la imagen de los grandes maestros de la pintura europea. Desafortunadamente, no existe el menor indicio sobre la apariencia física de Jesús. No existe ninguna descripción física de Jesús en el Nuevo Testamento, salvo una alusión en Apocalipsis 1: 13-16, el cual enuncia que “su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve”, pero dado el contexto simbólico del libro de Apocalipsis, creo que no debemos tomar en serio esta descripción.
Resulta curioso que, cuando visitamos las galerías pictóricas de los museos de otras regiones del mundo, las imágenes de Jesús cambian: desde tiempos muy tempranos, los etíopes representan a un Jesús de cabello corto y crespo, y piel oscura; los chinos y japoneses suelen representar a un Jesús de piel amarillenta y ojos rasgados.
Esta variedad me hace pensar en la observación del filósofo Xenófanes, quien señalaba que los dioses de los etíopes eran negros y de narices chatas, mientras que los dioses de los tracios eran rubios y de ojos azules. Quizás el alegato del filósofo Ludwig Feuerbach, según el cual la religión es una alienación y los dioses son proyecciones de lo que los hombres desearían ser, conserva algo de verdad.
Sea como sea, el hecho es que las representaciones pictóricas de Jesús no constituyen el menor indicio respecto a cómo pudo haber sido su aspecto físico. Y, si bien no podemos conocer a ciencia cierta cómo era físicamente Jesús, lo poco que podemos inferir nos permite suponer que, no era el hombre delgado y blanco representado en el arte europeo, pero tampoco era el hombre de tez muy oscura representado en el arte etíope.
En apariencia, lo más plausible es pensar que, si Jesús era judío, entonces su aspecto debió haber sido similar al de un judío contemporáneo. En vez de buscar las imágenes de El Greco o los iconos de las iglesias orientales, deberíamos buscar a algún rabino contemporáneo para formarnos una idea respecto al aspecto físico de Jesús. El problema, no obstante, es que los judíos distan de ser un pueblo genéticamente homogéneo: su carácter transeúnte ha propiciado que, a lo largo de la historia, se hayan mezclado con poblaciones locales, y el aspecto de un judío askenazí del norte de Europa varíe significativamente respecto al aspecto de un judío sefardí del norte de África.
Quizás convenga más buscar la apariencia física de Jesús, no en las poblaciones judías del mundo, sino en los territorios en los cuales él vivió. En otras palabras, es más probable que Jesús tuviera mayor parecido físico con los habitantes de la actual Nazaret (y regiones circundantes), que con un judío lituano. Pero, me temo que esto también deja de lado el hecho de que Palestina es una de las regiones que ha protagonizado el mayor movimiento y cruce de poblaciones en la historia, de forma tal que no hay plena garantía de que el aspecto físico de los habitantes de una región hace veinte siglos coincida con el aspecto físico de los habitantes actuales.
Creo que lo más probable es que, en tanto procedente de una región con constantes cruces migratorios, Jesús exhibiese los rasgos físicos propios de poblaciones híbridas: piel ni muy oscura ni muy clara, estatura media (a pesar de que, dado el bajo nivel de nutrición por aquel entonces, probablemente la estatura fuese inferior a la estatura promedio en la actualidad), cabellos ni muy crespos ni muy lacios. Y, puesto que las poblaciones que cruzaban Palestina eran fundamentalmente procedentes de la cuenca mediterránea (no hay muchas noticias sobre migraciones de indios o chinos, por ejemplo), es viable pensar que Jesús tendría un aspecto físico similar al de las llamadas ‘poblaciones semitas’ actualmente. Me atrevo a decir que, físicamente, Jesús se habría parecido más a Saddam Hussein que a George W. Bush.
En todo caso, me parece que nuestra preocupación por el aspecto físico de Jesús no hace más que reflejar nuestras obsesiones modernas por el concepto de ‘raza’ y la división de la humanidad con base en criterios físicos arbitrarios. Nos obsesiona conocer la raza de Jesús, sin caer en cuenta de que el concepto de ‘raza’ es profundamente problemático: no existe una rígida separación respecto a las graduaciones de un rasgo (¿en qué nivel de melanina empieza la piel negra y la piel blanca?), además de que es arbitrario seleccionar un criterio por encima de otro para dividir a la humanidad en razas (quizás Jesús tenía piel blanca, pero pudo haber tenido un tipo se sangre característico de poblaciones africanas). Claramente, a los autores del Nuevo Testamento y los primeros cristianos les era irrelevante la apariencia física de Jesús, o de cualquiera de los gentiles que interactuaban con él (quizás por eso no hay descripciones físicas de estos personajes), y no veo por qué el aspecto físico de Jesús deba ser relevante a nosotros los modernos.
Ciertamente yo estoy muy feliz de vivir en el siglo XXI, con nuestra ciencia y nuestra racionalidad, y no en la Palestina del siglo I, con su superstición e irracionalidad. Pero, hay al menos algo que creo que los primeros cristianos (y los antiguos en general) hacían mejor que nosotros: ignoraban el racismo. Conocían la xenofobia, efectivamente, pero no discriminaban en términos biológicos. Así como a ellos no les importaba el color de Jesús, creo que a ti tampoco te debe importar el color de tus amigos.
Se despide cariñosamente, tu tío Gabriel.
8 ¿Dónde pasó Jesús sus ‘años perdidos’?
Querido sobrino:
Me agrada mucho saber que estás preparando un viaje por Europa, en ocasión de tu fin de curso. Cuando yo tenía tu edad, no tuve esas oportunidades, en buena medida porque las vías de comunicación entre países no tenían la tremenda calidad que tienen hoy. A medida que el mundo se globaliza, vosotros los jóvenes tenéis más facilidades para viajar y os hacéis más cosmopolitas. Me temo que la generación de tus padres y abuelos era mucho más provinciana.
Si apenas hace una generación era más difícil viajar, ¡imagina cuán difíciles debieron haber sido los viajes hace dos mil años! Muy probablemente, en aquella época, la mayoría de las personas morían a escasos kilómetros de su lugar de nacimiento. Con todo, mucha gente ha especulado respecto a qué pudo haber hecho Jesús durante el periodo de tiempo sobre el cual los evangelios no dicen nada. En las cartas anteriores te he comentado que los relatos de Mateo y Lucas sobre la infancia de Jesús son probablemente ficticios, de forma tal que no conocemos casi nada sobre los primeros años de la vida de Jesús. Pero, además de eso, los evangelios guardan silencio sobre los años que transcurrieron entre su infancia y el inicio de su vida pública.
Ese silencio respecto a la vida de Jesús ha dado pie a un sinfín de especulaciones sobre los ‘años perdidos’ de Jesús. Quizás hayas escuchado algunas de estas teorías en programas sensacionalistas. Casi todas estas teorías estipulan que Jesús realizó viajes fuera de Galilea, y que durante ese periodo de formación se nutrió de enseñanzas procedentes de diversas tradiciones las cuales, al final, influyeron significativamente sobre su prédica.
Así, por ejemplo, con frecuencia se ha pensado en la posibilidad de que Jesús viajó hasta la India o el Tíbet. Las supuestas concordancias entre el temprano mensaje cristiano y el budismo serían un indicio de que Jesús visitó algún monasterio en el Himalaya, y regresó a Palestina dispuesto a integrar las enseñanzas budistas a su prédica. Esta teoría pretende ser respaldada con los supuestos hallazgos de un tal un viajero ruso del siglo XIX, quien en una visita al monasterio de Hemis en la región de Ladak (India), alegó que en el monasterio había escuchado de los monjes historias sobre a un maestro llamado Issa, quien habría vivido unos años en el monasterio, y quien habría divulgado enseñanzas muy parecidas a las que posteriormente Jesús predicaría en Galilea.
Otra teoría es que Jesús pudo haber viajado a Inglaterra, pues según las posteriores leyendas sobre el santo grial, José de Arimatea (el personaje que, supuestamente enterró a Jesús; te comentaré sobre él en otra carta) viajó a Inglaterra y llevó consigo el cáliz de la última cena. Aún otros postulan que Jesús viajó a Egipto (después de todo, como recordarás, la mayoría de los cristianos creen que Jesús había estado ahí en su infancia), e incluso, pudo haber estado en contacto con el filósofo judío de lengua griega Filón de Alejandría.
Semejantes teorías me parecen muy improbables. Si bien existían rutas comerciales desde Galilea hasta la India, el Tíbet o Egipto, las condiciones de viaje en la antigua Palestina eran muy difíciles. Es asunto disputado hasta qué punto Jesús pretendió trascender su mensaje fuera de las fronteras judías y extender su prédica a los gentiles, pero por razones que te podría explicar en alguna carta futura, me inclino por la hipótesis de que, como la vasta mayoría de los judíos en su época, Jesús mantenía cierto recelo respecto a los extranjeros. En función de esto, resulta improbable que un judío de una zona rural tuviera mucho interés en nutrirse de enseñanzas procedentes de regiones lejanas, ni siquiera de judíos fuera de Palestina.
Me inclino por pensar que las hipótesis sobre la estadía de Jesús en la India, Tíbet, Egipto o Inglaterra son más bien una variante de tantas teorías peregrinas que reflejan el deseo de universalizar el mensaje cristiano y hacer de Jesús un personaje mucho más cosmopolita de lo que realmente era. O si no, las hipótesis sobre la estadía de Jesús en tierras lejanas, lo mismo que los mitos sobre las tribus perdidas de Israel en Perú, Japón, Afganistán, etc., buscan que los habitantes de esas regiones se sientan protagonistas del nacimiento de la religión cristiana, cuestión que constituye una eficaz estrategia proselitista.
Otra teoría sobre los años perdidos de Jesús, la cual no me parece tan descabellada, es aquélla que postula que Jesús vivió entre los esenios. Los esenios eran una comunidad monástica judía que se había recluido en comunidades cerradas a orillas del Mar Muerto. Las creencias de los esenios eran fundamentalmente apocalípticas: creían que Dios irrumpiría sobre el mundo en cualquier momento, en medio de cataclismos, para poner fin a la corrupción de la humanidad y someter a castigo a los pecadores, e inaugurar una nueva era de dicha y felicidad. Asimismo, los esenios tenían una preocupación muy estricta por el cumplimiento de las reglas del culto y de pureza propias del judaísmo, al punto de que se habían retirado a comunidades monásticas porque consideraban que los sacerdotes del Templo en Jerusalén habían corrompido la religión; y, en virtud de su vida monástica, los esenios cumplían rigurosamente prácticas ascéticas.
Probablemente existieron algunas semejanzas entre las creencias de los esenios y las enseñanzas de Jesús; ambos predicaban un mensaje apocalíptico. Pero, creo que estas semejanzas son más bien atribuibles a su mutua adscripción al judaísmo; además, allí donde los esenios eran ascetas y practicaban rigurosos ayunos, Jesús no parecía tener mayor freno en comer y pasarla bien; de hecho, parece que alguna vez lo llamaron borracho y glotón (Lucas 7: 34).
Me parece, entonces, que lo más razonable es que Jesús haya transcurrido sus ‘años perdidos’ en el mismo lugar que lo vio nacer, y del cual se reconocía que procedía: Nazaret. Jesús dista de ser un maestro cosmopolita; la mayoría de sus discursos son propios de un contexto rural, y de una persona que no ha tenido la oportunidad de viajar mucho y conocer ciudades. Jesús da la apariencia de ser un hombre que, si bien tiene ciertos talentos extraordinarios, es a fin de cuentas un galileo, un hombre que emplea metáforas rurales, cuyo mensaje no es muy filosóficamente sofisticado; en fin, el Jesús histórico da muchas señales de ser un hombre típicamente provinciano, sin haber tenido demasiado contacto con el mundo ajeno a Palestina.
Por alguna extraña razón, sobrino, la imaginación en el mundo cristiano ha hecho que muchos de sus santos sean peregrinos de enormes distancias: Tomás en la India, Santiago en España, etc. Probablemente el disparate más reciente es que Jesús se casó con María Magdalena y emigraron a Francia; ya sabrás que ésa es la versión de El Código Da Vinci. Estas historias no pasan de ser timos.
Espero que tengas un feliz viaje por Europa, se despide con mucho cariño, tu tío Gabriel.
7. ¿Fue Jesús un niño prodigio?
Querido sobrino:
Me encantó escucharte tocar piano y violín durante nuestra reunión en las pasadas navidades. Desde niño, fuiste una persona sumamente talentosa. Quizás no fuiste un prodigio en los deportes, pero ciertamente has tenido un enorme talento para la música y, ahora, los estudios. Por eso disfruto tanto intercambiar cartas contigo. Me resulta de vital importancia el cultivar los talentos desde la infancia, pues como muchos psicólogos nos advierten, ésta es la etapa cumbre en la determinación de la personalidad.
Sabrás que ha habido varios niños prodigio en la historia. El niño Mozart, por ejemplo, deslumbraba con sus habilidades. Y, seguramente conocerás las tradiciones cristianas según las cuales Jesús fue un prodigio, desde el mismo momento de su nacimiento. No sólo atrajo a los reyes magos mediante la estrella de Belén, sino que también fue reconocido como el mesías por un hombre en Jerusalén, y cuando era jovencito, terminó por enseñar a los doctores de la ley de Moisés en el templo de Jerusalén. Supongo que, en efecto, Jesús debió haber sido una persona considerablemente inteligente. Pero, creo que esas tradiciones cristianas sobre su infancia prodigiosa son un timo. Te explicaré por qué.
Lucas 2: 22-38 narra que, en continuación con la tradición judía, los padres de Jesús lo presentaron en el Templo en Jerusalén. Esto no formaba propiamente parte de la exigencia ritual judía, pero la tradición sí lo valoraba como un gesto significativo. De acuerdo a la narrativa de Lucas, en Jerusalén vivía un hombre llamado Simeón, a quien el Espíritu Santo había revelado que no moriría antes de ver al mesías. Cuando Jesús fue presentado al Templo, Simeón tomó al niño en brazos y lo reconoció como el mesías, elevando bendiciones. Asimismo, Ana, una profetisa que también merodeaba el Templo, reconoce al niño y habla sobre él a todos en Jerusalén.
Se trata de una historia que incorpora un elemento milagroso: es sumamente improbable que un hombre, con tan sólo contemplar a un niño, ya adivine que será grandioso. O, en todo caso, si así lo hizo, probablemente lo habría hecho también con muchos otros niños recién nacidos. Esta historia es típicamente común entre personajes prominentes en la antigüedad: después que se conoce la fama de algún personaje, se inventa que, desde su propia infancia ya estaba destinado a hacer cosas grandes, pues ya era reconocido como un prodigio por los mayores. Siete siglos después de Jesús, por ejemplo, se narró una historia similar sobre Mahoma: cuando éste era niño y acompañaba a su tío en las caravanas por el desierto, un monje cristiano lo contempló y anunció que el niño Mahoma sería un profeta de Dios.
Además, el relato sobre las bendiciones de Simeón constituye un poderoso recurso literario por parte del autor de Lucas. Pues, además de emplear esta narrativa para presentar a Jesús como el mesías, la bendición de Simeón es útil para expresar un mensaje sobre el cual hace énfasis todo el evangelio Lucas: la apertura a los gentiles. Al tener a Jesús en brazos, Simeón exclama: “… porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos tus pueblos, luz para iluminar a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2: 30-32). Lucas, un evangelio probablemente escrito por un gentil y dirigido a audiencias gentiles, confirma entonces, que la misión de Jesús no estará confinada al pueblo de Israel, sino a la humanidad entera.
Ahora bien, aún prescindiendo del relato sobre Simeón, ¿es aceptable como histórica la narrativa sobre la presentación de Jesús en el Templo? Es cierto que, como el mismo Lucas (2: 23) cita a las escrituras judías, la ley de Moisés estipulaba que los niños primogénitos debían ser consagrados a Dios (Éxodo 13: 12). Y, si los padres de Jesús eran judíos comunes, entonces es plausible que, en efecto, procurasen dar cumplimiento a ese mandato. Pero, la ley no estipulaba que era necesario presentarlo en algún santuario, mucho menos en el templo de Jerusalén. Si bien los judíos acudían a Jerusalén para ofrecer su culto en el templo durante la celebración de la Pascua, es poco plausible que unos padres galileos se dispusieran a emprender un viaje hasta Jerusalén con un niño recién nacido.
Y, una vez más, creo que debemos recurrir a uno de los criterios fundamentales para verificar la historicidad del relato: Lucas es el único texto del Nuevo testamento que incorpora la narrativa sobre la presentación en el Templo, de forma tal que sus probabilidades de ser histórica son menores.
Lucas incorpora aún otra narrativa sobre la infancia prodigiosa de Jesús, enmarcada nuevamente en el templo. Se narra que los padres de Jesús iban todos los años a la fiesta de la Pascua; ciertamente tenemos noticia de que, en tiempos de Jesús, los judíos procuraban asistir al Templo en Jerusalén para celebrar la Pascua. Pero, no es del todo seguro que fuese una práctica frecuente ir todos los años. En todo caso, es plausible que Jesús haya ido a Jerusalén varias veces en su vida.
La narrativa estipula que, en uno de esos viajes, cuando Jesús tenía doce años, al regresar a su tierra de origen en una caravana, los padres perdieron vista de él. Puesto que no lo encontraban, sus padres regresaron a Jerusalén, y después de tres días, lo encontraron en el templo participando en unas discusiones con los maestros de la Ley, y todos estaban muy sorprendidos por su inteligencia y sus respuestas.
Creo que podemos dudar esta historia. Además del hecho de que sólo es narrada por Lucas, resulta implausible por varias razones. En primer lugar, si bien no es enteramente implausible que un niño se pierda en una caravana de regreso de Jerusalén, resulta muy extraño que los padres no se percataran de ello por un día entero. Pero, es menos plausible aún que, en la Jerusalén del siglo I, un niño se codeara con maestros del templo en discusiones. Como la mayor parte de las sociedades semíticas de aquel entonces, la judía era profundamente gerontocrática (es decir, la autoridad estaba fuertemente acaparada por las personas de mayor edad), y los niños no eran considerados depositarios de la suficiente capacidad como para participar en discusiones con adultos. De hecho, los tres evangelios sinópticos narran que, ya adulto, Jesús tiene dificultades para que sus discípulos permitan que los niños se acerquen a él (Mateo 19: 13-15; Marcos 10: 13-16; Lucas 18: 15-17). En función de esto, creo poco probable que el púber Jesús tuviese acceso a discusiones con los maestros.
Y, si bien, ya como adulto, Jesús pareció detentar una sabiduría muy especial, es dudoso que tuviese una alta educación; ni siquiera es probable que supiera leer y escribir. En función de eso, es muy poco probable que un púber galileo tuviera el mínimo conocimiento para entablar discusiones con los maestros del templo en Jerusalén, el mayor centro de aprendizaje de la religión judía en el mundo. Como tal, el relato de Lucas sobre las discusiones con los doctores parece ser más bien un intento piadoso por presentar a un personaje que, ya desde su infancia, asombra a los demás con sus conocimientos. Más aún, el hecho de que Jesús fuese un galileo probablemente analfabeto quizás era vergonzoso para los primeros cristianos; de esa manera, el relato en cuestión podría ser un intento del autor de Lucas para contrarrestar esta reputación.
Además, en los primeros siglos del cristianismo, el tema de la infancia prodigiosa de Jesús fue aún más explotado en términos todavía más fantásticos. Algunos evangelios apócrifos (según recordarás, los evangelios que no fueron incluidos en la Biblia) describen unos poderes impresionantes de Jesús. El Evangelio de la infancia de Tomás, por ejemplo, narra que Jesús hacía travesuras a sus compañeritos, como por ejemplo, convertirlos en cabras; también hizo resucitar a algún amiguito muerto, y además, ridiculizaba a sus maestros, por no conocer bien las lecciones.
Hoy, por supuesto, la mayoría de los cristianos no aceptan los eventos prodigiosos que se narran en el Evangelio de la infancia de Tomás. Pero, así como no aceptamos esos relatos fantasiosos, tampoco deberíamos aceptar los relatos de Lucas sobre los eventos prodigiosos de la infancia de Jesús. Lo más probable es que Jesús haya sido un niño no muy apartado de lo normal en la Galilea del siglo I.
Se despide con mucho cariño, el tío Gabriel.
6. ¿Tuvo Jesús hermanos?
Querido sobrino:
He recibido la noticia de que tu primo Sebastián pronto tendrá su tercer hijo. ¡Cuánta felicidad! Como sabrás, tu primo Sebastián tiene a su vez diez hermanos. No es casual que la población mundial ha crecido exponencialmente. Casi todas las personas tienen hermanos. Pero, seguramente habrás escuchado de tus maestros católicos que Jesús nunca tuvo hermanos. Los católicos no sólo creen que María era virgen al nacer Jesús, sino que además, permaneció virgen perpetuamente. Eso es otro timo. Jesús sí tuvo hermanos. Te explicaré por qué.
Según te explicaba en una carta anterior, las historias de Mateo y Lucas sobre el nacimiento virginal de Jesús no son aceptables como históricas, pero aun si fuesen aceptables, ninguna de las dos historias afirma que María permaneció virgen perpetuamente. Mateo narra así: “Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio luz a un hijo, y le puso por nombre Jesús” (Mateo 1: 24-25). Mateo, ni afirma ni niega que, después del parto, María tuviese relaciones con José. Lucas se conforma con narrar que, en el momento de la anunciación, María era una virgen desposada con José, pero, lo mismo que Mateo, no ofrece indicios sobre su posterior actividad o inactividad sexual. Incluso, Lucas ni siquiera señala que María permaneció virgen durante su embarazo, de forma tal que no contradice a Lucas considerar que, entre la concepción y el parto, María tuviera relaciones con José.
No obstante, el indicio de mayor peso para suponer que Jesús tuvo hermanos es la llana mención de éstos en varios rincones del Nuevo testamento: Marcos 3: 31-35, Mateo 12: 47-50 y Lucas 8: 19-21 narran que los hermanos y la madre de Jesús lo buscaban. Juan 2: 12 enuncia que Jesús “bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos”; y Juan 7: 3-10 también narra un desagradable incidente en el que Jesús es ofendido por sus hermanos. Hechos 1: 14 narra que los apóstoles oraban con la madre y los hermanos del Señor, y Pablo, en I Corintios 9: 5 hace mención de “los hermanos del Señor”.
Respecto a la identidad y número de estos hermanos, Marcos 6: 3 y Mateo 13: 55 enuncian que son cuatro: Santiago, José, Judas y Simón; y Pablo, en Gálatas 1: 19 confirma que había un “Santiago, el hermano del señor”, el cual, con casi total seguridad, es el mismo Santiago que ocupó una posición de liderazgo en la temprana iglesia. Y, Josefo confirma que Santiago, uno de los líderes del primitivo movimiento cristiano, era “hermano de Jesús, llamado el Cristo”.
Quizás te sorprenderá saber que la mayoría de los protestantes, no tiene problema en admitir que, en efecto, éstos eran hermanos de Jesús. A su juicio, las escrituras sólo enuncian que María era virgen hasta el momento de dar a luz a Jesús, pero no niegan que María tuviera relaciones sexuales posteriores al parto, y los hermanos de Jesús habrían sido hijos concebidos posteriormente. Estos hermanos, no obstante, sólo serían ‘medios hermanos’ de Jesús (es decir, hermanos de madre), pues habrían sido concebidos por José, mientras que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo.
No obstante, en vista del dogma de la virginidad perpetua de María, el resto de los cristianos no está dispuesto a aceptar que Jesús tuvo hermanos, y han ofrecido varias alternativas interpretativas para explicar cómo, aun siendo Jesús hijo único, se mencionan sus hermanos en varios lugares del Nuevo testamento. Jerónimo, un autor cristiano del siglo V, adelantó la postura que es tradicional en el catolicismo: los ‘hermanos’ de Jesús en realidad serían sus primos. El argumento de Jerónimo y sus seguidores es el siguiente: en arameo, la lengua de Jesús, lo mismo que en hebreo, la lengua del Antiguo testamento, no existe una palabra para ‘primo’. Y, para hacer referencia a los primos o a otros parientes, el hebreo y arameo emplea la misma palabra para referirse a los hermanos: ‘aj’; esto es muy evidente en pasajes del Antiguo testamento como Génesis 13:8 y Génesis 29:15 y I Crónicas 23: 21-22, en los que se menciona a ‘hermanos’, pero en realidad se hace referencia a parientes más lejanos.
De manera tal que, a la usanza aramea, los autores del Nuevo testamento se refieren a unos personajes como ‘hermanos’ de Jesús, cuando en realidad son sus primos. E incluso, cuando se tradujeron las escrituras al griego, se conservó la palabra griega para ‘hermano’, ‘adelfos’, para traducir los pasajes anteriormente citados, aun cuando el griego tiene una palabra específica para referirse a ‘primo’, ‘anepsios’. De forma tal que, así como los traductores griegos emplearon ‘adelfos’ para referirse a parientes y primos en algunas ocasiones, los autores del Nuevo Testamento también habrían empleado ‘adelfos’ para referirse en ocasiones a primos y otros parientes.
Asimismo, la palabra ‘adelfos’ no es exclusiva para hacer referencia a hermanos de sangre, pues en el mismo contexto del Nuevo testamento, se emplea esta palabra para referirse a personajes que claramente no tienen un vínculo consanguíneo entre sí, sino más bien espiritual, como por ejemplo, I Corintios 1: 1; I Corintios 5:1. En función de eso, los ‘hermanos’ de Jesús no serían tales, sino más bien primos.
No obstante, debo advertirte que semejante argumento resulta débil por varias razones. Si bien el Antiguo testamento emplea el mismo término (‘aj’) para referirse a relaciones entre hermanos y entre parientes lejanos, en el caso en que no hace referencia a hermanos, precisa genealogías para evitar la confusión. No ocurre así en la referencia a los hermanos de Jesús. Todo lo contrario, cuando los ‘hermanos’ de Jesús son nombrados, aparecen junto a su madre María, cuestión que permite inferir que, en efecto, también son hijos de María.
Asimismo, en el Nuevo testamento se especifican palabras para ‘primo’ (por ejemplo, ‘anepsios’ en Colosenses 4: 10) y ‘pariente’ (por ejemplo, ‘siggennes’ en Lucas 1: 6), de manera tal que, si hubiese querido referir a esos personajes como primos de Jesús, y no como sus hermanos, se hubiera empleado el término específico para ello. Interpretar como ‘primos’ una referencia llana a los ‘hermanos’ de Jesús depende de un compromiso teológico con la virginidad perpetua de María.
Antes de Jerónimo, no obstante, había surgido otra manera de defender la virginidad perpetua de María. Se propuso otra explicación a la referencia de los ‘hermanos’ de Jesús, la cual, según parece, fue ampliamente aceptada en los primeros siglos del cristianismo, y es hoy aceptada por la mayoría de los cristianos ortodoxos orientales. Esta explicación, entusiastamente defendida por el autor cristiano del siglo IV, Epifanio, señala que los ‘hermanos’ de Jesús en realidad eran hijos de José de un matrimonio anterior al de María. En este sentido, los personajes en cuestión serían ‘hermanos’ de Jesús, pero sólo en un sentido legal, pues habrían sido hijos del padre legal (pero no biológico) de José.
Tan acostumbrados estamos al ideal de la Sagrada Familia, que nos resulta demasiado fácil proyectar sobre los judíos del siglo I las convicciones morales cristianas. En este sentido, no deja de ser escandalizador para muchos cristianos siquiera pensar la posibilidad de que María no hubiese sido la primera esposa de José. Pero, cabe perfectamente la posibilidad de que José haya sido viudo o, más aún, que hubiese tenido más de una esposa. La poligamia era practicada por los judíos, a pesar de que la forma más común de matrimonio era la monogamia. Y, por lo general, en las sociedades semíticas, la poligamia era practicada por las clases pudientes; no parece muy plausible que un artesano en una remota aldea galilea estuviese en disposición de mantener más de una esposa.
No obstante, la información que tenemos respecto a José es tan escasa, que no hay suficiente evidencia como para pronunciarse a favor o en contra de esta hipótesis. El hecho de que estos hermanos aparecen referenciados junto a María, la madre de Jesús, le resta fuerza a la hipótesis, pues bajo esta hipótesis, María no habría sido su madre. Vale señalar, no obstante, que si se da crédito a la posibilidad de que Jesús no hubiese sido propiamente un bastardo, pero que sí hubiese nacido bajo circunstancias dudosas, entonces sí resulta más plausible que José hubiese tenido hijos en matrimonios anteriores. El recelo que en ocasiones los ‘hermanos’ de Jesús manifiestan en su contra, quizás es parcialmente explicable a raíz de las tensiones y celos que surgen entre hermanos de diferente madre.
Me parece que de las tres opciones en torno a los ‘hermanos’ de Jesús (como hermanos de sangre, como primos, o como hermanastros), la más razonable es que los llamados ‘hermanos’ eran precisamente eso: sus hermanos de sangre. Sólo una adhesión dogmática a la doctrina de la virginidad perpetua de María permitiría considerar las otras alternativas que, por lo demás, sólo se mantienen haciendo varios malabares interpretativos.
Así pues, querido sobrino, a partir de ahora sabrás que cuando se hace mención de la Sagrada Familia, seguramente ésta habría incluido a más de tres miembros. Yo sospecho que, de nuevo, el número tres es sumamente influyente en la leyenda cristiana: así como hay tres personas en la Trinidad, así también hay tres miembros en la Sagrada Familia. Pero, por las razones que te he explicado, es mucho más sensato aceptar que Jesús sí tuvo hermanos.
Se despide con mucho cariño, tu tío Gabriel.
5 ¿Existieron Melchor, Gaspar y Baltasar?
Querido sobrino:
Hoy, día de la Epifanía, recuerdo con mucho beneplácito que cuando eras niño, alguna vez me disfracé, junto con dos amigos, de rey mago. Te hicimos unos regalos muy simpáticos, y disfrutaste inmensamente esa experiencia. Veo con cierta nostalgia que hoy los padres prefieran a Santa Claus, pero supongo que es natural que así ocurra. Así como las festividades cristianas desplazaron a los festivales de otras religiones, también es natural que Santa Claus (el cual en realidad ya no tiene casi nada que ver con el cristianismo) desplace a los reyes.
Hasta hace algunos años, la inmensa mayoría de los niños de este país disfrutaban enormemente el día de reyes, y ciertamente recapitula una historia muy bella. Ya la conoces: unos magos de Oriente ven una estrella, la siguen y llegan a Jerusalén. Ahí, Herodes los recibe, y les informa que el niño a quien buscan adorar ha nacido en Belén. Los magos van a Belén siguiendo a la estrella, adoran al niño, pero gracias a un aviso en sueños, no regresan a Jerusalén. Herodes, enfurecido, ordenar matar a todos los niños de Belén. Me temo, no obstante que lo mismo que el nacimiento de Jesús el veinticinco de diciembre en Belén, la historia de los reyes magos es un timo. Te explicaré por qué.
Estamos acostumbrados a creer que los reyes magos son tres, Gaspar, Baltasar y Melchor. El evangelio de Mateo, el único en hacer referencia a los magos, no especifica cuáles eran sus nombres, e incluso, ni siquiera especifica cuántos magos eran. Probablemente, la tradición de que eran tres procede del hecho de que, en su adoración, ofrecen tres regalos: oro, incienso y mirra. Yo me inclino a considerar, no obstante, que la posterior fascinación cristiana con el número tres debió haber terminado de convencer a los piadosos de que, así como Dios es tres personas o tres fueron los ejecutados en el Calvario (Jesús y los dos ladrones), entonces tres fueron los magos que adoraron a Jesús. Respecto a los nombres específicos de los magos, probablemente esto procede de tradiciones del siglo VII, recapituladas en los escritos del venerable Bede, un monje inglés de ese mismo siglo. Naturalmente, es una tradición demasiado tardía como para ser tomada en serio.
Ya sabrás que yo no creo en los milagros, y en alguna carta futura te explicaré por qué. Por ello, me resulta difícil creer la historia sobre los reyes magos, pues ésta incorpora elementos sobrenaturales, no sólo respecto a la estrella de Belén, sino al hecho de que los magos la interpretan como un anuncio del nacimiento del rey de los judíos. Pero, además de esta razón, la narrativa sobre los magos es implausible debido al simbolismo que la envuelve. Y, tiene en contra de su historicidad el hecho de que sólo aparece en Mateo.
Mateo narra que los magos procedían de Oriente (Mateo 2: 1). Mateo no especifica qué lugar de Oriente, en vista de lo cual su aparente intención es señalar que los magos procedían de un lejano lugar fuera del territorio judío. En otras palabras, Mateo presenta a los magos como personajes exóticos, y para asegurarse de ello, Mateo no se conforma con señalar que proceden de tierras foráneas pero conocidas (como, por ejemplo, algún rincón del mundo romano), sino que proceden del Oriente inexplorado y misterioso.
Durante la época del exilio babilónico seis siglos antes del nacimiento de Jesús, los israelitas entraron en contacto con muchas ideas religiosas procedentes de la civilización persa, la cual había albergado una tradición monoteísta autónoma, el zoroastrianismo. La tradición zoroastriana otorgaba mucha importancia a la astrología, y cuando los griegos entraron en contacto con los persas a partir del siglo III antes de nuestra era, emplearon la palabra magos para designar a los sacerdotes de esta tradición religiosa. De ahí procede nuestra palabra ‘magia’¸ no propiamente como una manipulación de fuerzas sobrenaturales, sino como un conocimiento esotérico profundo. Y, en función de esto, los magos zoroastrianos eran respetados fuera de su país por sus supuestos conocimientos astrológicos.
La actitud judía respecto a la magia y la astrología era muy ambivalente. Una variedad de textos procedentes del Antiguo testamento manifiestan un desdén hacia estas actividades. Pero, el autor de Mateo, aún siendo el más judío de los evangelistas, prescinde de esta animadversión y extiende la fascinación y el respeto que el mundo mediterráneo sentía por la magia y la astrología persa. Si bien no hace explícito la procedencia de los magos, es probable que el autor de Mateo tuviese en mente a Persia como el lugar de procedencia de estos personajes.
Y, el hecho de que los magos procedan de un lugar ajeno al territorio judío es muy significativo. Pues, con esto, Mateo presenta una ocasión para afirmar que Jesús es adorado no sólo por los judíos, sino también por los gentiles. Si bien el autor de Mateo es a todas luces judío, probablemente procede de alguna comunidad de judíos helenizados, abierta a la expansión de la naciente religión cristiana a los gentiles. El relato sobre los magos es un magnífico recurso literario para expresar la idea de que el mensaje cristiano no está confinado a los judíos, sino al mundo entero: los primeros en adorar a Jesús no son judíos, sino gentiles. Este uso literario permite dudar la historicidad de los personajes.
La historia sobre la estrella de Belén también es altamente simbólica. El autor de Mateo tiene dos maneras de hacer cumplir en Jesús las profecías. Como te he mencionado en cartas anteriores, narra eventos y explícitamente menciona que éstos ocurrieron para que se cumpliera lo dicho por algún profeta, en cuyo caso Mateo incorpora la cita textual de las escrituras judías. Una manera más sutil, no obstante, es incorporar elementos que recapitulan el simbolismo de las escrituras judías, aun sin citarla explícitamente. Pues bien, la narrativa sobre la estrella de Belén pareciera ser uno de esos casos.
Números 24: 17 tiene una referencia que, si bien no es un anuncio mesiánico, el autor de Mateo pudo haberlo interpretado como tal, y a partir de ahí elaborar su narrativa sobre la estrella de Belén:
“Lo veo, aunque no por ahora;
lo diviso, pero no de cerca:
de Jacob avanza una estrella,
un cetro surge de Israel”.
Incluso, los regalos ofrecidos por los magos parecen estar impregnados de simbolismo procedente del Antiguo testamento. Salmos 72: 10-11 e Isaías 60: 5 hacen mención de una figura que es adorada por reyes extranjeros con regalos. Quizás, con base en esto, la tradición posterior ha identificado a los magos como reyes (de ahí el título ‘reyes magos’), a pesar de que el evangelio de Mateo no especifica que los magos fueran reyes. Los tres regalos, oro, incienso y mirra, han sido frecuentemente interpretados por los autores cristianos como un simbolismo mesiánico respecto a la realeza (oro), divinidad (incienso) y pasión (mirra) de Cristo; pero considero muy improbable que el autor de Mateo tuviera eso en mente, aparte de que en Mateo no hay ningún indicio de que Jesús es divino.
Cuando estuvimos reunidos con la familia las pasadas navidades, me contabas que habías visitado la bella ciudad de Colonia, en Alemania. Seguramente sabrás que, supuestamente, en la catedral de esa ciudad, se encuentran las tumbas de los reyes magos. Supuestamente, los restos mortales de los magos estuvieron en Palestina hasta el siglo III, cuando santa Elena viajó a esas tierras y los trasladó a Constantinopla. Luego, se llevaron los restos a Milán, y de ahí, a Colonia. No deberías creer ese cuento. Ya sabes que el mundo cristiano ha sido muy proclive a inventar historias orales que se distorsionan frecuentemente. Lo más probable es que los reyes magos no hayan existido, pero si acaso alguna vez existieron, es muy improbable que sus tumbas hayan sobrevivido los ciclos de destrucción que sufrió Palestina durante los primeros siglos de nuestra era.
En todo caso, Mateo narra que, después de adorar al niño, los reyes se dirigen a su país sin regresar a Herodes. Su decisión se debe a un anuncio por parte de algún agente no especificado (pero presumiblemente el ángel de Dios) a través del mismo medio que Dios se comunica con José en el evangelio de Mateo: los sueños. Según la narrativa, Herodes, al verse burlado por los magos, se enfurece y manda a mater a todos los niños menores de dos años en Belén, estimando que entre ellos se encuentra Jesús (Mateo 2: 16).
Ha sido tradicional interpretar esta matanza como un intento desesperado por parte de Herodes para eliminar a Jesús por temor a que el niño, siendo el rey de los judíos, lo destronara. Pero, el texto de Mateo no hace mención de dicho temor. Sólo enuncia que Herodes se enfureció al verse burlado por los magos. No obstante, no es del todo claro que esta furia sea la detonante de la matanza, pues antes de que ocurra la matanza, parece ser que Herodes ya la tenía planificada, en vista de lo cual el ángel ordena a José a emigrar a Egipto para evitar la muerte del niño (Mateo 2: 13).
No hay buenas razones para creer que la matanza de los inocentes es histórica. En el Nuevo testamento, dicha narrativa sólo aparece en el evangelio de Mateo, y si bien aquella época estuvo teñida con mucha sangre por continuas rebeliones, un evento como ése debió haber generado la suficiente impresión como para que fuera incluido en alguna crónica; no obstante, no es mencionado por ninguna otra fuente.
Pero, la razón de mayor peso por la cual resulta muy dudosa la historicidad de la matanza de los inocentes es, de nuevo, su cargado simbolismo procedente del Antiguo testamento. La narrativa de Mateo sobre la salvación de Jesús como niño frente a una matanza presenta muchos paralelismos con la narrativa de Éxodo sobre la salvación de Moisés en circunstancias similares.
Éxodo narra que el rey de Egipto, al preocuparse por el hecho de que el pueblo de Israel crecía en número, ordenó suplicios contra los israelitas, a fin de que no se reprodujeran en grandes números. Pero, puesto que su medida no era eficaz, finalmente ordenó que todos los niños recién nacidos fueran arrojados al río (Éxodo 1: 22). La madre de uno de los niños lo colocó en una cesta y dejó correr la cesta por el río. La hija del faraón se encontró con la cesta y rescató al niño, y una vez que éste hubo crecido, fue llamado Moisés, que significa ‘sacado de las aguas’.
Como podrás apreciar, el paralelismo con la narrativa de Mateo es evidente. En ambas historias, un rey ordena una matanza masiva de niños. Y, en ambas historias, un niño sobrevive para convertirse después en un personaje prominente. Moisés es el hombre que, según la tradición hebrea, condujo al pueblo de Israel desde Egipto hasta Canáan. Y, en la escapatoria de la matanza ordenada por Herodes, José emigra desde la tierra de Israel hasta Egipto. Con esto, el autor de Mateo emplea la narrativa sobre la matanza de los inocentes como una forma de presentar a Jesús como el nuevo Moisés que, una vez más, salvará al pueblo de Israel.
Y, en el entendimiento del autor de Mateo, tanto la matanza de los inocentes como la huida a Egipto han ocurrido para hacer cumplir las profecías. La huida a Egipto es un cumplimiento de una profecía que Mateo cita de de Oseas 11: 1: “De Egipto llamé a mi hijo” (Mateo 2: 15); y la matanza de los inocentes ocurrió para que se cumpliera una profecía que Mateo cita de Jeremías 31: 15:
“Un clamor se ha oído en Ramá,
mucho llanto y lamento:
es Raquel que llora a sus hijos,
y no quiere consolarse,
porque ya no existen” (Mateo 2: 18).
Te recuerdo que las historias que hacen cumplir las profecías no son dignas de credibilidad histórica. Debo destacar, no obstante, que sí es un hecho histórico que Herodes el Grande promovió la ejecución de tres de sus hijos: Aristóbulo, Alejandro y Antípater. Quizás, el autor de Mateo tenía noticias de estos eventos, y aprovechó la infamia de Herodes el Grande como un rey sanguinario, para así hacer más creíble su historia sobre la matanza de los inocentes. Herodes no era propiamente un infanticida, pues sus tres hijos ejecutados eran ya adultos, pero en el imaginario popular, no existe gran distancia entre los filicidas y los infanticidas, y es más creíble que un rey que ordena ejecutar a sus propios hijos no tiene escrúpulos en ordenar la matanza de todos los niños de una comarca.
Estimo, querido sobrino, que muy pronto podrás celebrar el día de los reyes magos con tus futuros hijos. Y, me generará gran emoción saber que, como yo lo hice hace algunos años, tú te disfrazarás para ofrecer regalos a los niños. Pero, ya sabes que esa celebración no se basa en hechos reales. De nuevo, no te propongo que dejes de celebrar el día de reyes, ni tampoco que sabotees la ilusión a tus futuros hijos. Sólo te propongo que asumas un sentido crítico respecto a estas historias, y cuando tus hijos sean adolescentes, les expliques lo que yo te he explicado en esta carta. Se despide muy cariñosamente, tu tío Gabriel.
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4. ¿Nació Jesús de una virgen?
Querido sobrino:
¡No sabes cuánta alegría tuve durante la cena de Nochebuena, al compartir con tus padres, tus hermanos, tu abuela y contigo! Si bien pienso que los eventos que celebra la navidad no ocurrieron, para mí la Nochebuena es un momento maravilloso, para compartir en familia.
También me alegró mucho encontrarme con la tía Julieta, a quien llevaba muchos años sin ver. Como sabrás, Julieta entró al convento muy joven. Ella siempre ha sido una monja muy piadosa, y supongo que nunca ha tenido relaciones sexuales. Cuando fui seminarista, conocí muchas monjas que, según me parecía, sentían mucho orgullo en ser vírgenes. Sospecho que, en este aspecto, varias de estas monjas encontraban su motivación en el modelo de la Virgen María.
Pero, una vez más, me temo que el relato según el cual Jesús nació de una virgen, es un timo. Siempre has sido un muchacho inteligente, y sospecho que tus estudios en biología te permitirán saber que los seres humanos no podemos nacer de madres vírgenes. En otras especies hay, es verdad, casos de partogénesis, es decir, un tipo de reproducción asexual. Pero, eso no ocurre en los seres humanos. De manera tal que sólo por un milagro, Jesús pudo haber nacido de una virgen.
De hecho, la enseñanza cristiana es que, en efecto, el nacimiento virgen de Jesús es un milagro. En otra carta te explicaré por qué no me resulta racional aceptar que los milagros ocurren. Por ello, de antemano creo que el relato sobre el nacimiento virgen de Jesús no es histórico. Pero, además de eso, hay otras razones que me hacen sospechar de esa narrativa.
Así como Mateo y Lucas, aun siendo fuentes autónomas, coinciden en el nacimiento de Jesús en Belén, pero con todo, debemos sospechar de la historicidad de este evento; Mateo y Lucas también coinciden en el nacimiento virginal de Jesús (son, de hecho, los únicos dos documentos bíblicos que hacen mención de ello), pero con todo, semejante evento es muy improbable. En rigor, Mateo no narra propiamente que María fuese una virgen al momento de parir a Jesús. Sólo señala que José no había tenido relaciones con ella, y que María quedó encinta por obra del Espíritu Santo. Ello no impide que María pudiera haber tenido relaciones con otros hombres antes de quedar encinta milagrosamente. No obstante, típico de su estilo, el autor de Mateo sí afirma que todo esto ocurrió para cumplir una profecía, la cual, supuestamente, involucra a una virgen. Lucas, por su parte, sí explicita que María era una virgen al momento de quedar encinta (Lucas 1: 26), pero no explicita que María no tuviera relaciones entre su concepción y su parto, a pesar de que el contexto de la narrativa sí lo presume.
No obstante, lo más probable es que María no fuese virgen al momento de nacer Jesús, y que la historia sobre el nacimiento virginal sea legendaria. Te explicaré por qué. Mateo, típico en su estilo, narra el nacimiento virgen como el cumplimiento de una profecía de las escrituras judías, y cita un pasaje de Isaías 7: 14 como anuncio: “Ved que la virgen concebirá y dará luz a un hijo” (Mateo 1: 23). El mero hecho de que un evento haya ocurrido para hacer cumplir las profecías ya lo hace sospechoso.
Pero, peor aún, el pasaje que el autor de Mateo cita es erróneo. Mateo está escrito en griego y su autor leía la versión griega de las escrituras judías, la cual había sido traducida del hebreo al griego por escribas y copistas judíos en Alejandría durante el siglo III antes de nuestra era. En la versión original de las escrituras judías, el pasaje de Isaías 7: 14 enuncia, no que una virgen, sino una muchacha concebirá y dará luz a un hijo. La palabra empleada en el texto es ‘almah’, la cual significa una joven que apenas ha alcanzado la pubertad. Los traductores de las escrituras judías al griego, por su parte, emplearon la palabra griega ‘parthenos’, la cual no significa propiamente una muchacha, sino una virgen. El autor de Mateo, al emplear la versión griega de las escrituras judías al componer su evangelio, habría entendido que el texto de Isaías se refiere a una virgen, a pesar de que, en la versión original hebrea, sólo hace referencia a una muchacha. Y, a partir de este error de traducción, el autor de Mateo atribuyó un nacimiento virgen a Jesús como cumplimiento de una profecía mesiánica, a pesar de que en ningún rincón de las escrituras judías se anuncia que una virgen dará luz a una figura mesiánica.
No obstante, esta explicación no es absolutamente satisfactoria. Pues insisto, Lucas es autónomo de Mateo, pero con todo, también afirma que Jesús nació de una virgen. En otras palabras, aun si el autor de Lucas probablemente no conoció el evangelio de Mateo, comparte con éste la atribución del nacimiento virgen de Jesús. Ello es indicio de que la tradición del nacimiento virgen no procede exclusivamente de Mateo, y por ende, la traducción errónea de Isaías 7: 14 no es suficiente para explicar el origen de la tradición. Debo recordarte que Mateo y Lucas dependen de una fuente en común, la hipotética fuente Q, pero muy probablemente esta fuente estuvo compuesta por dichos de Jesús, y no incluye narrativas sobre su infancia, de forma tal que tampoco puede atribuirse a Q el origen de la tradición sobre el nacimiento virgen.
Yo me inclino a pensar que la mejor explicación para la tradición respecto al nacimiento virgen de Jesús es su contenido simbólico. La tradición judía era rica en personajes grandiosos cuya concepción había vencido las adversidades. Como casi todos los pueblos semíticos, la fertilidad era una preocupación central entre los judíos, y concebir a un niño en circunstancias adversas siempre se consideraba un augurio de grandeza, pues constituía una intervención de Dios para proveer de fertilidad a la madre, y con esto, sembrar la semilla para un personaje grandioso. El Antiguo testamento es rico en estos temas: Sara, la mujer de Abraham, concibe a Isaac a los noventa años (Génesis 21: 1-2); Raquel, la estéril, concibe con Jacob a José gracias a la intervención divina (Génesis 30: 22-23); la mujer de Manóaj, estéril, concibe a Sansón, con un previo anuncio por mediación de un ángel (Jueces 13: 3-4); Ana, también estéril, concibe a Samuel (I Samuel 1: 1-20).
El mismo Lucas tiene una historia similar que antecede al nacimiento de Jesús. Se narra que el ángel Gabriel se aparece a un tal Zacarías, un sacerdote del templo cuya mujer era estéril, para anunciarle que concebirán a un niño a quien habrán de llamar Juan, el futuro Juan el Bautista. No es muy difícil apreciar el patrón: Isaac, José, Sansón, Samuel y Juan, todas figuras prominentes, son concebidas en circunstancias milagrosas. Y, en el entendimiento de los evangelistas, Jesús, una figura inclusive superior a las anteriormente mencionadas, debió haber nacido en circunstancias milagrosas. En la narrativa de Lucas, el nacimiento de Jesús es circunstancias milagrosas constituye un complemento del nacimiento de Juan en circunstancias milagrosas, pues frente al asombro de María ante el anuncio del ángel Gabriel, éste también le anuncia que Isabel, antes considerada estéril, también ha concebido a un hijo.
Debo admitir, no obstante, que el nacimiento milagroso de Jesús presenta una diferencia respecto a los nacimientos milagrosos de otras figuras prominentes en el folklore judío. Pues, Jesús, a diferencia de Isaac, Sansón, Samuel, María y Juan, nace de una virgen. La explicación que me veo inclinado a ofrecer frente a esta diferencia es que, quizás, los evangelistas estuvieron influidos por mitos mediterráneos similares. Pues, así como el folklore judío era rico en temas alusivos a los nacimientos milagrosos de figuras prominentes, a lo largo y ancho del mundo griego y romano proliferaban mitos respecto a héroes que eran concebidos por vírgenes. El más notorio de ellos es el mito según el cual Dánae es impregnada por Zeus con una lluvia de oro, y así es concebido Perseo.
A mi juicio, el relato de Lucas sobre la virginidad de María debe entenderse a la luz de la naturaleza milagrosa de la concepción de Jesús como futuro mesías. En parte debido al desarrollo de doctrinas posteriores, ha resultado muy común interpretar el relato, no propiamente haciendo énfasis en lo milagroso de la concepción, sino en la castidad de María. Es dudoso que el autor de Lucas tuviese una preocupación particular por la rigurosidad sexual de María. Si bien existían grupos ascéticos en el contexto del judaísmo del siglo I, el cristianismo asumió preocupaciones por la actividad sexual mucho tiempo después de compuestos los evangelios. Lo importante en la narrativa de Lucas es la naturaleza milagrosa, mucho más que la naturaleza casta de la concepción de Jesús.
Creo, además, que no debe desecharse por completo otra posible explicación respecto a las historias sobre el nacimiento virgen. Es considerable la posibilidad de que el nacimiento virgen sea una estrategia empleada por los evangelistas para disimular un estatuto de bastardía. Frente a la incertidumbre de conocer los padres de un personaje, puede intentar escaparse a este problema inventando que, en efecto, el personaje en cuestión no tiene padre, precisamente porque ha sido concebido por una madre virgen.
En una carta futura, quizás podré explicarte que la prédica de Jesús hace especial énfasis en la reivindicación de los marginados por la sociedad judía del siglo I. Y, uno de los grupos sociales más marginados, no sólo por la sociedad judía del siglo I, sino por casi todas las sociedades que han existido, es el conformado por los bastardos, los hijos ilegítimos. No es enteramente desechable la posibilidad de que Jesús haya sido un bastardo, y que a partir de su rechazo en función de su condición, haya configurado buena parte de su prédica social en torno a la reivindicación de los excluidos. Con todo, las historias sobre su nacimiento virgen serían un intento por disimular sus orígenes vergonzosos.
Algunas referencias en los mismos evangelios canónicos obligan a pensar un poco más sobre esta posibilidad. Juan narra que, durante alguna ocasión en disputas, los adversarios respondieron a Jesús así: “Nosotros no hemos nacido de la fornicación” (Juan 8: 41). Quizás, esta respuesta refleje los intentos por ridiculizar a un hijo ilegítimo, en la medida en que se le recuerda que ellos, a diferencia de Jesús, no han nacido de la fornicación. Además, en el mismo evangelio de Juan se narra que, con mucha ironía, los fariseos reprochaban a Jesús: “¿Dónde está tu padre?” (Juan 8: 19).
Quizás la ilegitimidad de Jesús no sea más que una hipótesis. Existen indicios, pero distan de ser conclusivos. Con todo, desde fechas muy tempranas, hay noticias de que los adversarios del cristianismo atribuían a Jesús un origen bastardo. Celso, un elocuente filósofo romano del siglo II con animadversión al cristianismo, sostenía que Jesús era el hijo bastardo de una unión de María con un soldado romano de nombre Panthera. Y, este mismo tema sería recapitulado por algunos autores del Talmud (el conjunto de tratados rabínicos surgidos en el judaísmo posterior al nacimiento del cristianismo), quienes hacen referencia odiosa a un tal Yeshu Ben Pandera (quizás ‘Jesús, el hijo de Panthera’), señalando, de nuevo, el origen ilegítimo de Jesús.
Ni Celso ni las fuentes talmúdicas son muy confiables, pues resultan demasiado tardías y contaminadas por los prejuicios en contra de Jesús y el cristianismo. Pero, al menos en el caso de Celso, conviene contemplar la posibilidad de que su alegato no sea estrictamente producto de su imaginación, sino que quizás recapituló alguna tradición oral que circulaba entre los detractores de Jesús.
En todo caso, no es enteramente implausible que, en efecto, Jesús fuese el hijo ilegítimo de María con un soldado romano. La violación tiene una amplia historia en el mundo mediterráneo, y es perfectamente concebible que los soldados romanos, en tanto invasores de un pueblo que empezaba a demostrar focos de resistencia, empleasen la violación como medio para aterrorizar a la población y asegurar su dominio. Nuestra sensibilidad moderna propicia que sintamos compasión por las mujeres violadas, pero en el mundo antiguo, y en especial entre las culturas semíticas, la mujer violada, mucho más que ser considerada una víctima, era considerada adúltera. De hecho, trágicamente, en algunas regiones del mundo musulmán aún se juzgan, no propiamente a los violadores, sino a las mujeres violadas, con base en el delito de adulterio.
Si se aceptare que Jesús fue un hijo ilegítimo, entonces podrás preguntar: ¿qué papel desempeña José? Es dudoso que, si fuera víctima del adulterio (o que su esposa fuera violada), José adoptara a Jesús como hijo propio. Si bien la sociedad moderna es más tolerante respecto a estos hombres piadosos que perdonan el adulterio y crían su fruto como hijos propios, los conceptos del honor en las sociedades semíticas antiguas lo hacían muy difícil de aceptar. De hecho, el mismo Mateo narra que José, ante la sospecha de adulterio, estaba presto a repudiar a María. De manera tal que, si Jesús era hijo ilegítimo, muy probablemente habría sido abandonado por José.
O, quizás, el personaje de José es legendario; a saber, una estrategia, lo mismo que el nacimiento virginal, para disimular la bastardía de Jesús y su carencia de padre. El simbolismo en torno a la figura de José según el relato de Mateo permite considerar la posibilidad de que se trate de un personaje ficticio; pero, una vez más, se trata de una mera hipótesis sin fuerza conclusiva.
El esposo de María no es el primer José que aparece en la Biblia; antes bien, Génesis incorpora un ciclo narrativo sobre un personaje llamado José. El padre de este José se llamaba Jacob; asimismo, José soñaba mucho y tenía un talento para la interpretación de los sueños; y gracias a su migración a Egipto, pudo salvar a su familia de una severa hambruna. Pues bien, en la genealogía de Jesús ofrecida por Mateo, el padre de José, el esposo de María, también se llama Jacob. Y, como el José del Génesis, el José de Mateo también tiene una vinculación especial con los sueños; de hecho, Dios se comunica con él a través de los sueños en tres oportunidades: para anunciarle que María ha sido engendrada por el Espíritu Santo (Mateo 1: 20), para anunciarle que huyera a Egipto (Mateo 2: 13) y para anunciarle que regresara (Mateo 2: 20). Más aún, como el José del Génesis, este José migra a Egipto para salvar al niño que, según el mismo entendimiento de Mateo, salvará a su pueblo de los pecados (Mateo 1: 21).
Estas semejanzas podrían no ser fortuitas. Quizás, el autor de Mateo, en su estilo característico de narrar eventos que hacen cumplir profecías y adornar historias con un simbolismo procedente de las escrituras judías, elabora un ejercicio de arquetipos al presentar al esposo de María como una recapitulación de uno de los personajes más importantes en los ciclos narrativos sobre los patriarcas de Israel.
En todo caso, debo admitir que la hipótesis de José como personaje ficticio tiene en su contra, una vez más, el hecho de que José aparece en la narrativa de Lucas, y es nombrado por los otros dos evangelios, Marcos y Juan. Si José es un personaje inventado por el autor de Mateo, habría que explicar cómo los otros evangelistas también lo inventaron (¡y con el mismo nombre!).
En función de esto, me inclino a pensar que Jesús no nació de una virgen, pero tampoco que fue un hijo ilegítimo, a pesar de que sí creo que hay mayor probabilidad de que sus adversarios le acusaran de haber sido un bastardo. Un escenario por el cual me inclino es que José pudo haber tenido relaciones sexuales prematrimoniales con María, y producto de esa unión, habría nacido Jesús. Así, si bien no propiamente un bastardo, Jesús no era enteramente legítimo, pues había sido concebido fuera del matrimonio. Y, con todo, José no habría abandonado a Jesús, pues aún lo consideraba su hijo.
Sea como sea, querido sobrino, el caso es que Jesús no nació de una virgen. Piensa en todas las pinturas, esculturas, fechas del calendario y supuestas apariciones marianas que el mundo católico ha dedicado a María, la madre de Jesús, a partir de su supuesto parto virginal. Es, sin duda, uno de los mayores timos sobre la vida de Jesús. De nuevo, no te propongo que mortifiques a la tía Julieta con estos datos que te he ofrecido; pero sí te propongo que tú consideres críticamente esa tradición. Se despide muy cariñosamente, el tío Gabriel.
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lunes, 13 de septiembre de 2010
3: ¿Nació Jesús en Belén?
Querido sobrino:
Estoy muy emocionado al saber que ya pronto nos reuniremos todos en familia para las navidades. Ciertamente, para mí la navidad es una época maravillosa. Cuando estaba en el seminario, era una de las épocas del año que yo más anhelaba. Pues, si bien mis compañeros seminaristas eran muy amables, a veces me sentía muy solo. Y, regresar a casa, a compartir con tu abuela, tus padres, tus hermanos y tú mismo, siempre era para mí un enorme motivo de alegría. Además, la historia del nacimiento de Jesús me resultaba muy conmovedora, y eso aumentaba aún más mi emoción por esas fechas.
Hoy, la navidad sigue siendo para mí una época especial. Me encantan los belenes, los villancicos, las cenas, los regalos. Pero, me temo que debo admitir que se trata de una celebración sobre eventos que nunca ocurrieron. Por supuesto, Jesús nació (¡todas las personas han nacido!), pero creo que no nació bajo las circunstancias que narran los evangelios. Te explicaré por qué.
Seguramente conoces muy bien la historia del nacimiento de Jesús: un ángel anuncia a María que, aún siendo virgen, concebirá a un niño por obra y gracia del Espíritu Santo. María vive junto a su esposo José en Nazaret, pero por órdenes de las autoridades romanas, los esposos deben emigrar a Belén, a fin de celebrarse un censo. Los esposos se dirigen a Belén en un viaje lleno de travesías, y puesto que son foráneos en ese pueblo, no encuentran albergue, con el agravante de que María está a punto de dar a luz. Puesto que no son aceptados en ningún albergue, María y José se refugian en un establo, y ahí nace Jesús. A los pastores de Belén se les aparece un ángel para anunciarles que vayan a adorar al niño. Al mismo tiempo, unos magos que proceden de Oriente siguen una estrella para adorar al niño. Los magos hacen una parada en Jerusalén, y se entrevistan con el rey Herodes. Éste pide a los magos que vayan a Belén y adoren al niño, y que regresen a informarle sobre su ubicación exacta. Los magos siguen la estrella hasta Belén, adoran al niño, pero regresan a su país sin volver a Herodes. Éste, en un intento por eliminar a Jesús, ordena la matanza de todos los niños en Belén, pero precavidamente, José y María huyen a Egipto antes de esta tragedia.
Pero, debo advertirte algo: si bien parece un relato muy coherente, en realidad, esta historia es una aglutinación de dos relatos que, tomados por separados, son bastante diferentes entre sí. De los cuatro evangelios canónicos, sólo dos, Mateo y Lucas, narran el nacimiento de Jesús. Marcos inicia su narrativa con un Jesús ya adulto, y Juan prescinde de la infancia de Jesús en su narrativa, y opta más bien por una introducción marcadamente teológica respecto a la identidad divina de Jesús.
Es significativo que Marcos, el más antiguo de los evangelios, no incorpore narrativas sobre el nacimiento de Jesús. Pues, si suponemos que, entre más antiguo es un documento, más fidedigno resulta en tanto es más próximo a los acontecimientos, entonces es razonable sospechar que las tradiciones no incluidas en Marcos tienen más probabilidades de ser elaboraciones posteriores. Como te mencionaba en mi carta anterior, no obstante, que Mateo y Lucas se han nutrido de la fuente Q, la cual es probablemente incluso más antigua que Marcos; pero, puesto que probablemente la fuente Q estaba conformada sólo por dichos, las tradiciones respecto al nacimiento de Jesús no proceden de ella. También es significativo que, fuera de Mateo y Lucas, el Nuevo testamento no ofrece detalles respecto al nacimiento de Jesús, cuestión que, una vez más, constituye un primer indicio para sospechar la historicidad de estos acontecimientos.
La piedad cristiana se ha esforzado en aglutinar lo mejor posible los relatos de Mateo y Lucas para dar la impresión de que ambos relatan una misma secuencia de eventos. Y, me parece que en particular, los cineastas tienen un gran talento para cortar y pegar las historias divergentes sobre la natividad, y hacer de ellas una narrativa coherente. Por ello, creo necesario aclarar sus diferencias y conceder crédito literario a cada evangelio por separado. Los reyes magos, la estrella de Belén, la huida a Egipto y la masacre de los inocentes, proceden de Mateo. La anunciación, el censo, la migración a Belén y la adoración de los pastores, proceden de Lucas.
En los dos primeros capítulos de Mateo, se narra que José había adquirido un compromiso nupcial con María, pero aún no había tenido relaciones sexuales con ella. No obstante, José se dio cuenta de que María estaba encinta, y en vista de ello (creyéndola adúltera), se dispuso a repudiarla, pero sólo en privado, para no humillarla públicamente. Sin embargo, en sueños, a José se le apareció un ángel, quien le informó que María había sido engendrada por el Espíritu Santo, y daría luz al salvador. Tras esto, José desistió de repudiar a María. Después de que Jesús nació en Belén, los magos provenientes de Oriente se presentaron en Jerusalén para preguntar dónde había nacido el niño, pues habían visto una estrella que indicaba el nacimiento del rey de los judíos. El rey Herodes consultó a sus escribas dónde nacería este rey, y ellos le informaron que sería en Belén. Así, Herodes envió a los magos a Belén, y les pidió que regresaran a él para que le informaran la ubicación exacta del niño. Con la estrella por delante, los magos fueron a Belén y adoraron al niño. Un ángel les anunció por sueños que no regresaran a Herodes, de forma tal que los magos tomaron otro camino de regreso a su país. El ángel también se apareció a José y le ordenó que emigrara junto al niño y la madre a Egipto, pues Herodes tenía intención de matar al niño. Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos se habían ido por otro camino, ordenó ejecutar a todos los niños menores de dos años en Belén. José permaneció en Egipto hasta la muerte de Herodes, y una vez muerto éste, un ángel le avisó por sueños que regresara a Israel, cuestión que cumplió. Pero, José se retiró a Nazaret en la región de Galilea, porque temía a Arquelao (hijo de Herodes), quien reinaba la provincia de Judea (de la cual formaba parte Belén).
Si lees con cuidado, observarás que el relato de Lucas es muy diferente. Mientras que en Mateo se aparece un ángel a José para anunciar que María ha sido engendrada por el Espíritu Santo, en Lucas el ángel se aparece directamente a María para anunciarle que dará a luz a un niño. María responde que no ha conocido varón (un eufemismo para señalar que es virgen), y el ángel responde que será engendrada por el Espíritu Santo. Lucas afirma que María y José vivían en Nazaret (Lucas 1: 26). Pero, mientras María estaba embarazada, el emperador César Augusto ordenó un censo cuando Cirino era gobernador de Siria. Puesto que José era descendiente del rey David, y éste era originario de Belén, José tuvo que emigrar de Nazaret a Belén para empadronarse. Al llegar a Belén, a María se le cumplió el tiempo del embarazo, y tuvo que dar a luz en un pesebre, porque no tenían albergue. De manera tal que, en Mateo, no hay mención respecto a las dificultades en la labor de María, mientras que en Lucas, se menciona que María, encinta, tuvo que viajar de Nazaret a Belén (un recorrido de *** kilómetros, pero el cual suponía una travesía, dado lo irregular del terreno), y además, tuvo que parir en un pesebre, pues no había albergue. En Mateo, al niño lo adoran los magos; en Lucas, el niño es adorado por unos pastores, a quienes se les aparece un ángel para anunciarles el nacimiento del Cristo salvador.
Como podrás apreciar, Mateo y Lucas presentan una importante contradicción respecto a la región de origen de José y María. Si bien Mateo no hace explícito que María y José vivían en Belén, sí lo presume. Pues, narra que Jesús nació en Belén, sin hacer ningún esfuerzo por explicar cómo sus padres llegaron a esa comarca, de forma tal que Mateo asume que María y José eran originarios de Belén. De lo contrario, Mateo habría explicado cómo ocurrió la migración a Belén. De hecho, tras la muerte de Herodes, Mateo sí ofrece razones para explicar el establecimiento en Nazaret (José temía a Arquelao), y este esfuerzo por explicar el establecimiento en Nazaret supone que María y José eran originarios de Belén, y que las circunstancias los obligaron a migrar a Nazaret.
Lucas, por su parte, sí es explícito respecto a Nazaret como lugar de origen de María y José (Lucas 1: 26-27). Pero, con todo, Lucas narra, en concordancia con Mateo, que Jesús nació en Belén. Ahora bien, el hecho de que, ambas historias se contradicen respecto al lugar de origen de María y José, pero coinciden en que Jesús nació en Belén, permite suponer que el lugar de nacimiento de Jesús tiene una altísima significación en ambas historias.
Creo que es bastante obvio que a Jesús se le consideraba un galileo, procedente de la comarca de Nazaret, tanto así que el título ‘Jesús de Nazaret’ recapitula su origen. Ahora bien, la región de Galilea, y en especial las comarcas pequeñas como Nazaret, eran víctimas del prejuicio que, como en muchos lugares, se siente hacia los provincianos. El evangelio de Juan refleja esta cuestión cuando narra que Natanael, un futuro discípulo de Jesús, al enterarse de que éste provenía de Nazaret, pronunció: “¿De Nazaret puede haber cosa buena?” (Juan 1: 46).
Entonces, Nazaret, según parece, era una comarca despreciada, y en el entendimiento de los autores de Mateo y Lucas, no podía ser el lugar de origen de Jesús. La grandilocuencia atribuida a Jesús a lo largo de los evangelios no es fácilmente conciliable con un origen en una comarca marginada, y una vez más, el evangelio de Juan ofrece pistas respecto a la inquietud generada por el lugar de procedencia de Jesús, pues si Jesús era el mesías, entonces resultaba incómodo que procediese de Galilea: “Otros decían: ‘Éste es el Cristo’. Pero otros replicaban: ‘¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?” (Juan 7: 41-42). Para los evangelistas, no era fácil esconder el origen galileo de Jesús, pues su gentilicio era notorio. Pero, los autores de Mateo y Lucas tenían la opción de, si bien conservar a Nazaret como su lugar de crianza, establecer a Belén como su lugar de nacimiento.
Si bien Belén también era una comarca sin mucho esplendor en la época de Jesús, sí tenía una gran significación simbólica. Pues, según se estimaba, era el sitio de origen del rey David, y también se creía que el mesías debía ser un descendiente de David. Y, en la interpretación que los autores de Mateo y Lucas hacían de las escrituras sagradas judías, consideraban que el Mesías debía proceder de Belén, pues así había sido profetizado. Así, puesto que en el entendimiento de los autores de Mateo y Lucas, Jesús es el mesías, entonces su lugar de nacimiento hubo de ser Belén.
Mateo es bastante explícito respecto a la importancia de que Jesús naciera en Belén. Cuando Herodes se entera de que los magos han venido a adorar a Jesús, pregunta a sus escribas dónde ha de nacer el mesías, y éstos le responden: “En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel” (Mateo 1: 5-6). El profeta al cual aluden los escribas es Miqueas, y en el libro de Miqueas 5: 1-3, se recapitula la cita. Mateo, el más judío de los evangelios, contiene numerosas paráfrasis de las escrituras judías. Y, la vasta mayoría de estas paráfrasis tienen el propósito de demostrar que en Jesús se cumplen las profecías que, a juicio del autor de Mateo, anunciaban al mesías.
De manera tal que, probablemente, frente a la convicción de que Jesús era el mesías, el autor de Mateo se dio a la tarea de buscar en las escrituras sagradas judías anuncios mesiánicos, y al encontrar ese pasaje en Miqueas, el cual no anuncia expresamente que el mesías provendría de Belén, sino que un caudillo (sin definir si es o no el Mesías) provendría de esa localidad, consideró que Jesús debió haber nacido en Belén. En este sentido, en la narrativa de Mateo, Jesús nace en Belén para hacer cumplir la profecía de Miqueas 5: 1-3. Ya te he explicado por qué las tradiciones que hacen cumplir las profecías son muy poco fiables: es más probable que estas tradiciones no provengan de una genuina información, sino de un deseo por parte del evangelista para que la profecía se cumpliera.
Lucas, el evangelio que más está dirigido hacia los no judíos, no tiene la misma cantidad de paráfrasis de las escrituras sagradas judías como Mateo, y no hace explícito que Jesús naciera en Belén para hacer cumplir las profecías mesiánicas, pero con todo, afirma que Jesús nació en Belén. El evangelio de Lucas es independiente del de Mateo (es decir, se compusieron sin que el uno influyera sobre el otro), de forma tal que la cita de Miqueas en Mateo no fue lo determinante para establecer la tradición según la cual Jesús nació en Belén, pues el autor de Lucas, aún sin contemplar esa profecía en particular, afirma el nacimiento de Jesús en Belén. Probablemente, independientemente de la profecía de Miqueas, puesto que se asumía que el mesías sería un descendiente de David, y éste era originario de Belén, entonces se concluía que el mesías debía proceder de Belén.
Mateo y Lucas sólo coinciden en el hecho de que Jesús nació en Belén. A diferencia de Mateo, Lucas inicia su narrativa en Nazaret. Pero, si José y María eran originarios de Nazaret, ¿cómo, entonces, estaban en Belén justo en el momento en que Jesús nació? Para responder a esta inquietud, el autor de Lucas incorpora a su narrativa un evento que, muy probablemente, no ocurrió, pero que sirve a su propósito de hacer nacer a Jesús en Belén. Según lo narrado en Lucas, las autoridades romanas ordenaron un censo en todo el mundo, el cual exigía a cada familia asentarse en las comarcas de origen de su linaje. José, quien era descendiente de David, hubo de emigrar a Belén para empadronarse, y así se explica cómo Jesús nació en Belén.
Existen buenas razones para sospechar de la historicidad de este relato. Lucas narra que el censo fue ordenado por el emperador César Augusto (Lucas 2:1). Este personaje, el primer emperador de Roma, vivió entre el año 63 antes de nuestra era y el 14 de nuestra era, de manera tal que es bastante plausible que Jesús hubiese nacido bajo su gobierno. Ahora bien, Lucas también narra que el censo tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino (Lucas 2: 2). En efecto, hubo un gobernador de Siria llamado Cirino, y Josefo narra que Cirino llevó a cabo un censo, el cual, incluso, generó una revuelta entre los judíos, pues estimaban al censo una medida opresiva para asegurar el pago de tributo a los romanos.
Pero, allí donde Lucas narra que el censo había sido ordenado para todo el mundo (lo cual, en el contexto romano, se refería a todo el imperio romano), Josefo narra que sólo ocurrió en Judea y Siria; ni siquiera en Galilea, la región original de José y María. Resulta mucho más plausible la versión de Josefo que la de Lucas. Si bien los romanos tenían un gran talento administrativo, es muy implausible que ordenaran un censo para la totalidad del imperio. Ello supondría una enorme coordinación de funcionarios diseminados a lo largo de un extensísimo territorio con vías de comunicación precarias.
Y, sería sencillamente descabellado que las autoridades romanas solicitasen a sus súbditos que regresasen a las ciudades de sus antepasados para empadronarse. Hacerlo así habría exigido un control minucioso de la genealogía de cada empadronado, así como migraciones masivas (las cuales suponían una interrupción de las actividades económicas) con el solo objetivo de inscribirse en un censo. Como en la mayor parte de los censos emprendidos a lo largo de la historia, lo más probable es que el censo de Cirino hubiese exigido que las personas se empadronasen en sus lugares de residencia y trabajo.
Según la noticia de Josefo, el censo ordenado por Cirino sucedió el año 6 de nuestra era. Herodes Arquelao, hijo de Herodes el Grande, había heredado el gobierno de Samaria, Judea e Idumea tras la muerte de su padre. Pero, en el año 6 Arquelao, en vista de continuos abusos durante su reinado, fue exiliado por los romanos a Galia. Y, en su lugar, los romanos asignaron a Cirino como gobernador de Siria, quien tomó la iniciativa del censo al asumir el poder. Ahora bien, esto implica que, para el momento del censo, Herodes el Grande ya había muerto. De hecho, el mismo Josefo anuncia que Herodes el Grande murió el 4 antes de nuestra era. En vista de esto, el censo de Cirino ocurrió diez años después de la muerte de Herodes el Grande.
Esto acarrea una evidente dificultad. Pues, Herodes el Grande juega un papel importante en la narrativa de Mateo sobre el nacimiento de Jesús, y si bien Herodes el Grande es una figura marginal en la narrativa de Lucas, éste señala que los acontecimientos que inmediatamente precedieron al nacimiento de Jesús (sobre los cuales volveremos más adelante) sucedieron en los días de Herodes (Lucas 1: 5). De manera tal que, por una parte, Mateo y Lucas señalan que Jesús nació durante el reinado de Herodes, pero por otra parte, Lucas informa que Jesús nació durante el censo de Cirino, ¡diez años después de la muerte de Herodes! Esta contradicción indica que, o bien Jesús no nació bajo el reinado de Herodes, o bien no nació durante el censo de Cirino.
Es más probable que Jesús haya nacido durante el reinado de Herodes, quizás en una fecha cercana a su muerte. Y, siendo esto así, la historia sobre el censo de Cirino debe considerarse un ingenioso (pero fallido) intento del autor de Lucas para justificar el nacimiento de Jesús en Belén, valiéndose de un hecho conocido (el censo), pero ubicándolo erróneamente en la cronología.
Ahora bien, aún si el censo de Cirino como contexto para el nacimiento de Jesús puede considerarse legendario y, por ende, la narrativa de Lucas respecto al nacimiento en Belén puede ser desechada, todavía queda por evaluar la narrativa de Mateo. Lo mismo que Lucas, Mateo enfrenta el hecho de que Jesús era ampliamente reconocido como un galileo, y Nazaret como su ciudad de procedencia. Allí donde Lucas busca explicar cómo María y José, siendo originarios de Nazaret, se encontraban en Belén en el momento del nacimiento de Jesús; Mateo busca explicar cómo María y José, siendo originarios de Belén, se asentaron en Nazaret después del nacimiento de Jesús. Te recuerdo que, según Mateo, José y María eran originarios de Belén, pero tuvieron que emigrar a Egipto y, al regresar de Egipto, prefirieron asentarse en Nazaret, pues temían a Arquelao, el hijo de Herodes.
En otra carta te explicaré que la huida a Egipto, y la matanza de los inocentes (la cual, en el relato de Mateo, motiva la huida) son probablemente eventos legendarios. Pero, aún si no se asumen como legendarios, es muy impreciso que José se asentase en Nazaret por temor a Arquelao. ¿Por qué habría José de temer a Arquelao, más allá de los motivos comunes para temer a cualquier rey de la antigüedad?
Mucho más que el temor a Arquelao, Mateo ofrece una razón de mayor peso para explicar por qué José se estableció en Nazaret una vez que regresó de Egipto: “y se fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas: ‘será llamado Nazoreo’” (Mateo 2: 23). Una vez más, el autor de Mateo, el más judío de los evangelios, encuentra afán en buscar en las escrituras judías referencias mesiánicas, y presenta los hechos de la vida de Jesús como cumplimiento de estas profecías. De manera tal que, a juicio del autor de Mateo, Jesús crece en Nazaret porque así fue anunciado por los profetas. Esta profecía no aparece claramente en ningún lugar del Antiguo testamento. Existe la posibilidad de que el autor de Mateo tuviera en mente que Jesús fuese un nazir, a saber, una figura ascética judía consagrada a Dios, y con eso, recapitularía el pasaje de Jueces 13: 5. En todo caso, Mateo no insiste sobre el posible estatuto de nazir de Jesús, y sólo se conforma a atribuirle el título ‘nazoreo’ a partir de su lugar de crianza. Una vez más, en vista del énfasis que Mateo coloca sobre la migración a Nazaret como parte del cumplimiento de la profecía, este evento no es históricamente confiable.
En este sentido, si Jesús, como aparece en múltiples rincones de los evangelios, era identificado como un galileo procedente de Nazaret, entonces muy probablemente Jesús nació en Nazaret. Que Jesús fuera oriundo de Nazaret no sólo es constatado por las múltiples referencias sobre su procedencia, sino también por el hecho de que la procedencia de Nazaret era vergonzosa. Y, como tal, es muy poco probable que los evangelistas hayan inventado una procedencia vergonzosa. En cambio, el nacimiento en Belén es lo opuesto a la vergüenza (en tanto recapitula una profecía mesiánica), y como tal, es mucho más probable que sí haya sido inventado por los autores de Mateo y Lucas.
Además del nacimiento en el pesebre de Belén, hay otros elementos muy populares en torno a la historia del nacimiento de Jesús, pero una vez más, me resulta poco probable que hayan ocurrido así. Por ejemplo, es común creer que Jesús nació un veinticinco de diciembre y que, en el pesebre, José, María y el niño estuvieron acompañados por una mula y un buey.
A decir verdad, no hay el menor indicio en el Nuevo testamento de que Jesús hubiera nacido en esa fecha, o de que María, José y el niño estuvieran acompañados por una mula y un buey en el pesebre. Mateo y Lucas mencionan que Jesús nació bajo el reino de Herodes, lo cual estipula que Jesús no pudo haber nacido después del año 4 antes de nuestra era. Pero, no ofrecen ninguna indicación respecto a qué época del año pudo haber nacido Jesús. Es un hecho, no obstante, que la celebración de la navidad el veinticinco de diciembre es muy antigua, pero no es precisable cuándo en particular se fijó esa fecha como día de celebración del nacimiento de Jesús, a pesar de que parece remontarse al siglo III.
Sí me resultan más claros, no obstante, los motivos por los cuales se escogió esa fecha para celebrar la navidad. Bajo el calendario juliano (concebido en Roma y seguido por la civilización Occidental hasta que fue ligeramente corregido por el vigente calendario gregoriano en el siglo XVI), el veinticinco de diciembre es el solsticio de invierno, a saber, el día menos largo del año. Y, los romanos tenían ocasión religiosa de esperar el solsticio, pues celebraban que, después de un ciclo de decadencia, el sol renacería. El culto al sol en esta fecha probablemente se originó en la religión mitraica (una religión marcadamente ritualista procedente de Persia, muy popular entre los romanos). En el siglo III, el emperador romano Aureliano ofreció aval público a esta celebración, e instituyó el culto al sol invictus, el dios solar invicto.
Probablemente como una concesión al paganismo romano en el marco de una estrategia proselitista, los cristianos vieron ventajoso celebrar el nacimiento de Jesús el mismo día que se celebraba el culto al sol invictus, con la esperanza de atraer romanos a la religión cristiana. Y, puesto que el Nuevo testamento no especifica cuándo nació Jesús, los cristianos no vieron mayor problema en celebrarlo el veinticinco de diciembre.
Mateo y Lucas tampoco hacen mención de la mula y el buey, y con todo, los incluimos en los pesebres para celebrar la navidad. La incorporación de estos animales a la escena del nacimiento de Jesús procede de un evangelio apócrifo, el Evangelio del Pseudo Mateo, un evangelio compilado en el siglo IX, pero basado en el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio de la infancia según Tomás. Ahí se narra, no sólo que el buey y el asno (en realidad menciona un asno, no una mula) acompañan a María y a José cuando nace Jesús, sino que también adoran al niño. E, incluso, varios pintores medievales optaron por prescindir del pesebre y representar pictóricamente el nacimiento de Jesús en una gruta, tal como lo narra el Protoevangelio de Santiago.
Después del Concilio de Trento en el siglo XVI, la Iglesia fue muy estricta en su repudio del arte cristiano basado en los evangelios apócrifos, y las representaciones del nacimiento de Jesús en una gruta desparecieron. Y, quizás recordarás que en la navidad del año 2007, el Papa Benedicto XVI ordenó retirar las imágenes de la mula y el buey de los pesebres en el Vaticano, precisamente porque estos elementos no proceden de los evangelios canónicos, sino de los apócrifos. Este frenesí por conservar sólo lo narrado en los evangelios canónicos también debería conducir a los pontífices a eliminar la celebración de la navidad el 25 de diciembre. No obstante, dudo que eso vaya a ocurrir. Ésa es apenas una entre las numerosas incongruencias en el mundo cristiano.
Por eso, mi querido sobrino, cuando estés en presencia de un belén en estas navidades, debes saber que esa escena es un timo. Quizás sea un fraude inofensivo, y no te propongo que sabotees las figurinas. Pero, al menos, quiero que estés consciente de que lo que tradicionalmente te han enseñado tus maestros cristianos sobre el niño de Jesús, probablemente no ocurrió.
Ello no impide, por supuesto, que celebremos la navidad como ocasión de reunión familiar. Espero con mucha alegría el encuentro de nuestra familia durante la Nochebuena. Se despide, con mucho cariño, tu tío Gabriel.
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