domingo, 19 de septiembre de 2010

9. ¿Cuál era el aspecto físico de Jesús?




Querido sobrino:

Cuando nos reunimos en navidades, no tuvimos oportunidad de visitar los museos de la ciudad. Pero, sabrás que desde que eras niño te llevaba a contemplar varias de las grandes obras de la pintura europea, tanto en los museos como en los libros de arte. No ha sido meramente casual que la mayor parte del arte occidental durante los últimos dos milenios representen temas cristianos, y si bien creo que muchas de las escenas bíblicas retratadas en esos cuadros son timos, aprecio profundamente su valor estético.
A mí me resulta muy curioso que el Jesús que han representado los grandes maestros del arte occidental sea perecido a un europeo de la Edad Media. Piensa en Velásquez, Da Vinci, Bloch, y otros grandes maestros de la pintura: en sus cuadros, aparece un Jesús delgado, de piel blanca, cabello castaño y ojos claros. Es, de hecho, la imagen que casi todos los cristianos tienen de Jesús: visita cualquier iglesia y lo comprobarás. Y, naturalmente, en el cine, casi todos los actores que han representado a Jesús tienen una apariencia física similar.
No sé si esa apariencia física de Jesús es un timo, a la manera en que sí es un timo su nacimiento en Belén. Pero, creo que no debemos confiar demasiado en la imagen de los grandes maestros de la pintura europea. Desafortunadamente, no existe el menor indicio sobre la apariencia física de Jesús. No existe ninguna descripción física de Jesús en el Nuevo Testamento, salvo una alusión en Apocalipsis 1: 13-16, el cual enuncia que “su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve”, pero dado el contexto simbólico del libro de Apocalipsis, creo que no debemos tomar en serio esta descripción.
Resulta curioso que, cuando visitamos las galerías pictóricas de los museos de otras regiones del mundo, las imágenes de Jesús cambian: desde tiempos muy tempranos, los etíopes representan a un Jesús de cabello corto y crespo, y piel oscura; los chinos y japoneses suelen representar a un Jesús de piel amarillenta y ojos rasgados.
Esta variedad me hace pensar en la observación del filósofo Xenófanes, quien señalaba que los dioses de los etíopes eran negros y de narices chatas, mientras que los dioses de los tracios eran rubios y de ojos azules. Quizás el alegato del filósofo Ludwig Feuerbach, según el cual la religión es una alienación y los dioses son proyecciones de lo que los hombres desearían ser, conserva algo de verdad.
Sea como sea, el hecho es que las representaciones pictóricas de Jesús no constituyen el menor indicio respecto a cómo pudo haber sido su aspecto físico. Y, si bien no podemos conocer a ciencia cierta cómo era físicamente Jesús, lo poco que podemos inferir nos permite suponer que, no era el hombre delgado y blanco representado en el arte europeo, pero tampoco era el hombre de tez muy oscura representado en el arte etíope.
En apariencia, lo más plausible es pensar que, si Jesús era judío, entonces su aspecto debió haber sido similar al de un judío contemporáneo. En vez de buscar las imágenes de El Greco o los iconos de las iglesias orientales, deberíamos buscar a algún rabino contemporáneo para formarnos una idea respecto al aspecto físico de Jesús. El problema, no obstante, es que los judíos distan de ser un pueblo genéticamente homogéneo: su carácter transeúnte ha propiciado que, a lo largo de la historia, se hayan mezclado con poblaciones locales, y el aspecto de un judío askenazí del norte de Europa varíe significativamente respecto al aspecto de un judío sefardí del norte de África.
Quizás convenga más buscar la apariencia física de Jesús, no en las poblaciones judías del mundo, sino en los territorios en los cuales él vivió. En otras palabras, es más probable que Jesús tuviera mayor parecido físico con los habitantes de la actual Nazaret (y regiones circundantes), que con un judío lituano. Pero, me temo que esto también deja de lado el hecho de que Palestina es una de las regiones que ha protagonizado el mayor movimiento y cruce de poblaciones en la historia, de forma tal que no hay plena garantía de que el aspecto físico de los habitantes de una región hace veinte siglos coincida con el aspecto físico de los habitantes actuales.
Creo que lo más probable es que, en tanto procedente de una región con constantes cruces migratorios, Jesús exhibiese los rasgos físicos propios de poblaciones híbridas: piel ni muy oscura ni muy clara, estatura media (a pesar de que, dado el bajo nivel de nutrición por aquel entonces, probablemente la estatura fuese inferior a la estatura promedio en la actualidad), cabellos ni muy crespos ni muy lacios. Y, puesto que las poblaciones que cruzaban Palestina eran fundamentalmente procedentes de la cuenca mediterránea (no hay muchas noticias sobre migraciones de indios o chinos, por ejemplo), es viable pensar que Jesús tendría un aspecto físico similar al de las llamadas ‘poblaciones semitas’ actualmente. Me atrevo a decir que, físicamente, Jesús se habría parecido más a Saddam Hussein que a George W. Bush.
En todo caso, me parece que nuestra preocupación por el aspecto físico de Jesús no hace más que reflejar nuestras obsesiones modernas por el concepto de ‘raza’ y la división de la humanidad con base en criterios físicos arbitrarios. Nos obsesiona conocer la raza de Jesús, sin caer en cuenta de que el concepto de ‘raza’ es profundamente problemático: no existe una rígida separación respecto a las graduaciones de un rasgo (¿en qué nivel de melanina empieza la piel negra y la piel blanca?), además de que es arbitrario seleccionar un criterio por encima de otro para dividir a la humanidad en razas (quizás Jesús tenía piel blanca, pero pudo haber tenido un tipo se sangre característico de poblaciones africanas). Claramente, a los autores del Nuevo Testamento y los primeros cristianos les era irrelevante la apariencia física de Jesús, o de cualquiera de los gentiles que interactuaban con él (quizás por eso no hay descripciones físicas de estos personajes), y no veo por qué el aspecto físico de Jesús deba ser relevante a nosotros los modernos.
Ciertamente yo estoy muy feliz de vivir en el siglo XXI, con nuestra ciencia y nuestra racionalidad, y no en la Palestina del siglo I, con su superstición e irracionalidad. Pero, hay al menos algo que creo que los primeros cristianos (y los antiguos en general) hacían mejor que nosotros: ignoraban el racismo. Conocían la xenofobia, efectivamente, pero no discriminaban en términos biológicos. Así como a ellos no les importaba el color de Jesús, creo que a ti tampoco te debe importar el color de tus amigos.
Se despide cariñosamente, tu tío Gabriel.

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