Mucha gente dice muchas cosas sobre Jesús de Nazaret. He escrito estas cartas a mi sobrino, a fin de enseñarle quién fue realmente Jesús. Lo que acá escribo es muy distinto de lo que aparece en los evangelios.
domingo, 19 de septiembre de 2010
5 ¿Existieron Melchor, Gaspar y Baltasar?
Querido sobrino:
Hoy, día de la Epifanía, recuerdo con mucho beneplácito que cuando eras niño, alguna vez me disfracé, junto con dos amigos, de rey mago. Te hicimos unos regalos muy simpáticos, y disfrutaste inmensamente esa experiencia. Veo con cierta nostalgia que hoy los padres prefieran a Santa Claus, pero supongo que es natural que así ocurra. Así como las festividades cristianas desplazaron a los festivales de otras religiones, también es natural que Santa Claus (el cual en realidad ya no tiene casi nada que ver con el cristianismo) desplace a los reyes.
Hasta hace algunos años, la inmensa mayoría de los niños de este país disfrutaban enormemente el día de reyes, y ciertamente recapitula una historia muy bella. Ya la conoces: unos magos de Oriente ven una estrella, la siguen y llegan a Jerusalén. Ahí, Herodes los recibe, y les informa que el niño a quien buscan adorar ha nacido en Belén. Los magos van a Belén siguiendo a la estrella, adoran al niño, pero gracias a un aviso en sueños, no regresan a Jerusalén. Herodes, enfurecido, ordenar matar a todos los niños de Belén. Me temo, no obstante que lo mismo que el nacimiento de Jesús el veinticinco de diciembre en Belén, la historia de los reyes magos es un timo. Te explicaré por qué.
Estamos acostumbrados a creer que los reyes magos son tres, Gaspar, Baltasar y Melchor. El evangelio de Mateo, el único en hacer referencia a los magos, no especifica cuáles eran sus nombres, e incluso, ni siquiera especifica cuántos magos eran. Probablemente, la tradición de que eran tres procede del hecho de que, en su adoración, ofrecen tres regalos: oro, incienso y mirra. Yo me inclino a considerar, no obstante, que la posterior fascinación cristiana con el número tres debió haber terminado de convencer a los piadosos de que, así como Dios es tres personas o tres fueron los ejecutados en el Calvario (Jesús y los dos ladrones), entonces tres fueron los magos que adoraron a Jesús. Respecto a los nombres específicos de los magos, probablemente esto procede de tradiciones del siglo VII, recapituladas en los escritos del venerable Bede, un monje inglés de ese mismo siglo. Naturalmente, es una tradición demasiado tardía como para ser tomada en serio.
Ya sabrás que yo no creo en los milagros, y en alguna carta futura te explicaré por qué. Por ello, me resulta difícil creer la historia sobre los reyes magos, pues ésta incorpora elementos sobrenaturales, no sólo respecto a la estrella de Belén, sino al hecho de que los magos la interpretan como un anuncio del nacimiento del rey de los judíos. Pero, además de esta razón, la narrativa sobre los magos es implausible debido al simbolismo que la envuelve. Y, tiene en contra de su historicidad el hecho de que sólo aparece en Mateo.
Mateo narra que los magos procedían de Oriente (Mateo 2: 1). Mateo no especifica qué lugar de Oriente, en vista de lo cual su aparente intención es señalar que los magos procedían de un lejano lugar fuera del territorio judío. En otras palabras, Mateo presenta a los magos como personajes exóticos, y para asegurarse de ello, Mateo no se conforma con señalar que proceden de tierras foráneas pero conocidas (como, por ejemplo, algún rincón del mundo romano), sino que proceden del Oriente inexplorado y misterioso.
Durante la época del exilio babilónico seis siglos antes del nacimiento de Jesús, los israelitas entraron en contacto con muchas ideas religiosas procedentes de la civilización persa, la cual había albergado una tradición monoteísta autónoma, el zoroastrianismo. La tradición zoroastriana otorgaba mucha importancia a la astrología, y cuando los griegos entraron en contacto con los persas a partir del siglo III antes de nuestra era, emplearon la palabra magos para designar a los sacerdotes de esta tradición religiosa. De ahí procede nuestra palabra ‘magia’¸ no propiamente como una manipulación de fuerzas sobrenaturales, sino como un conocimiento esotérico profundo. Y, en función de esto, los magos zoroastrianos eran respetados fuera de su país por sus supuestos conocimientos astrológicos.
La actitud judía respecto a la magia y la astrología era muy ambivalente. Una variedad de textos procedentes del Antiguo testamento manifiestan un desdén hacia estas actividades. Pero, el autor de Mateo, aún siendo el más judío de los evangelistas, prescinde de esta animadversión y extiende la fascinación y el respeto que el mundo mediterráneo sentía por la magia y la astrología persa. Si bien no hace explícito la procedencia de los magos, es probable que el autor de Mateo tuviese en mente a Persia como el lugar de procedencia de estos personajes.
Y, el hecho de que los magos procedan de un lugar ajeno al territorio judío es muy significativo. Pues, con esto, Mateo presenta una ocasión para afirmar que Jesús es adorado no sólo por los judíos, sino también por los gentiles. Si bien el autor de Mateo es a todas luces judío, probablemente procede de alguna comunidad de judíos helenizados, abierta a la expansión de la naciente religión cristiana a los gentiles. El relato sobre los magos es un magnífico recurso literario para expresar la idea de que el mensaje cristiano no está confinado a los judíos, sino al mundo entero: los primeros en adorar a Jesús no son judíos, sino gentiles. Este uso literario permite dudar la historicidad de los personajes.
La historia sobre la estrella de Belén también es altamente simbólica. El autor de Mateo tiene dos maneras de hacer cumplir en Jesús las profecías. Como te he mencionado en cartas anteriores, narra eventos y explícitamente menciona que éstos ocurrieron para que se cumpliera lo dicho por algún profeta, en cuyo caso Mateo incorpora la cita textual de las escrituras judías. Una manera más sutil, no obstante, es incorporar elementos que recapitulan el simbolismo de las escrituras judías, aun sin citarla explícitamente. Pues bien, la narrativa sobre la estrella de Belén pareciera ser uno de esos casos.
Números 24: 17 tiene una referencia que, si bien no es un anuncio mesiánico, el autor de Mateo pudo haberlo interpretado como tal, y a partir de ahí elaborar su narrativa sobre la estrella de Belén:
“Lo veo, aunque no por ahora;
lo diviso, pero no de cerca:
de Jacob avanza una estrella,
un cetro surge de Israel”.
Incluso, los regalos ofrecidos por los magos parecen estar impregnados de simbolismo procedente del Antiguo testamento. Salmos 72: 10-11 e Isaías 60: 5 hacen mención de una figura que es adorada por reyes extranjeros con regalos. Quizás, con base en esto, la tradición posterior ha identificado a los magos como reyes (de ahí el título ‘reyes magos’), a pesar de que el evangelio de Mateo no especifica que los magos fueran reyes. Los tres regalos, oro, incienso y mirra, han sido frecuentemente interpretados por los autores cristianos como un simbolismo mesiánico respecto a la realeza (oro), divinidad (incienso) y pasión (mirra) de Cristo; pero considero muy improbable que el autor de Mateo tuviera eso en mente, aparte de que en Mateo no hay ningún indicio de que Jesús es divino.
Cuando estuvimos reunidos con la familia las pasadas navidades, me contabas que habías visitado la bella ciudad de Colonia, en Alemania. Seguramente sabrás que, supuestamente, en la catedral de esa ciudad, se encuentran las tumbas de los reyes magos. Supuestamente, los restos mortales de los magos estuvieron en Palestina hasta el siglo III, cuando santa Elena viajó a esas tierras y los trasladó a Constantinopla. Luego, se llevaron los restos a Milán, y de ahí, a Colonia. No deberías creer ese cuento. Ya sabes que el mundo cristiano ha sido muy proclive a inventar historias orales que se distorsionan frecuentemente. Lo más probable es que los reyes magos no hayan existido, pero si acaso alguna vez existieron, es muy improbable que sus tumbas hayan sobrevivido los ciclos de destrucción que sufrió Palestina durante los primeros siglos de nuestra era.
En todo caso, Mateo narra que, después de adorar al niño, los reyes se dirigen a su país sin regresar a Herodes. Su decisión se debe a un anuncio por parte de algún agente no especificado (pero presumiblemente el ángel de Dios) a través del mismo medio que Dios se comunica con José en el evangelio de Mateo: los sueños. Según la narrativa, Herodes, al verse burlado por los magos, se enfurece y manda a mater a todos los niños menores de dos años en Belén, estimando que entre ellos se encuentra Jesús (Mateo 2: 16).
Ha sido tradicional interpretar esta matanza como un intento desesperado por parte de Herodes para eliminar a Jesús por temor a que el niño, siendo el rey de los judíos, lo destronara. Pero, el texto de Mateo no hace mención de dicho temor. Sólo enuncia que Herodes se enfureció al verse burlado por los magos. No obstante, no es del todo claro que esta furia sea la detonante de la matanza, pues antes de que ocurra la matanza, parece ser que Herodes ya la tenía planificada, en vista de lo cual el ángel ordena a José a emigrar a Egipto para evitar la muerte del niño (Mateo 2: 13).
No hay buenas razones para creer que la matanza de los inocentes es histórica. En el Nuevo testamento, dicha narrativa sólo aparece en el evangelio de Mateo, y si bien aquella época estuvo teñida con mucha sangre por continuas rebeliones, un evento como ése debió haber generado la suficiente impresión como para que fuera incluido en alguna crónica; no obstante, no es mencionado por ninguna otra fuente.
Pero, la razón de mayor peso por la cual resulta muy dudosa la historicidad de la matanza de los inocentes es, de nuevo, su cargado simbolismo procedente del Antiguo testamento. La narrativa de Mateo sobre la salvación de Jesús como niño frente a una matanza presenta muchos paralelismos con la narrativa de Éxodo sobre la salvación de Moisés en circunstancias similares.
Éxodo narra que el rey de Egipto, al preocuparse por el hecho de que el pueblo de Israel crecía en número, ordenó suplicios contra los israelitas, a fin de que no se reprodujeran en grandes números. Pero, puesto que su medida no era eficaz, finalmente ordenó que todos los niños recién nacidos fueran arrojados al río (Éxodo 1: 22). La madre de uno de los niños lo colocó en una cesta y dejó correr la cesta por el río. La hija del faraón se encontró con la cesta y rescató al niño, y una vez que éste hubo crecido, fue llamado Moisés, que significa ‘sacado de las aguas’.
Como podrás apreciar, el paralelismo con la narrativa de Mateo es evidente. En ambas historias, un rey ordena una matanza masiva de niños. Y, en ambas historias, un niño sobrevive para convertirse después en un personaje prominente. Moisés es el hombre que, según la tradición hebrea, condujo al pueblo de Israel desde Egipto hasta Canáan. Y, en la escapatoria de la matanza ordenada por Herodes, José emigra desde la tierra de Israel hasta Egipto. Con esto, el autor de Mateo emplea la narrativa sobre la matanza de los inocentes como una forma de presentar a Jesús como el nuevo Moisés que, una vez más, salvará al pueblo de Israel.
Y, en el entendimiento del autor de Mateo, tanto la matanza de los inocentes como la huida a Egipto han ocurrido para hacer cumplir las profecías. La huida a Egipto es un cumplimiento de una profecía que Mateo cita de de Oseas 11: 1: “De Egipto llamé a mi hijo” (Mateo 2: 15); y la matanza de los inocentes ocurrió para que se cumpliera una profecía que Mateo cita de Jeremías 31: 15:
“Un clamor se ha oído en Ramá,
mucho llanto y lamento:
es Raquel que llora a sus hijos,
y no quiere consolarse,
porque ya no existen” (Mateo 2: 18).
Te recuerdo que las historias que hacen cumplir las profecías no son dignas de credibilidad histórica. Debo destacar, no obstante, que sí es un hecho histórico que Herodes el Grande promovió la ejecución de tres de sus hijos: Aristóbulo, Alejandro y Antípater. Quizás, el autor de Mateo tenía noticias de estos eventos, y aprovechó la infamia de Herodes el Grande como un rey sanguinario, para así hacer más creíble su historia sobre la matanza de los inocentes. Herodes no era propiamente un infanticida, pues sus tres hijos ejecutados eran ya adultos, pero en el imaginario popular, no existe gran distancia entre los filicidas y los infanticidas, y es más creíble que un rey que ordena ejecutar a sus propios hijos no tiene escrúpulos en ordenar la matanza de todos los niños de una comarca.
Estimo, querido sobrino, que muy pronto podrás celebrar el día de los reyes magos con tus futuros hijos. Y, me generará gran emoción saber que, como yo lo hice hace algunos años, tú te disfrazarás para ofrecer regalos a los niños. Pero, ya sabes que esa celebración no se basa en hechos reales. De nuevo, no te propongo que dejes de celebrar el día de reyes, ni tampoco que sabotees la ilusión a tus futuros hijos. Sólo te propongo que asumas un sentido crítico respecto a estas historias, y cuando tus hijos sean adolescentes, les expliques lo que yo te he explicado en esta carta. Se despide muy cariñosamente, tu tío Gabriel.
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