Mucha gente dice muchas cosas sobre Jesús de Nazaret. He escrito estas cartas a mi sobrino, a fin de enseñarle quién fue realmente Jesús. Lo que acá escribo es muy distinto de lo que aparece en los evangelios.
domingo, 19 de septiembre de 2010
10. ¿Cuál era la relación entre Jesús y Juan el Bautista?
Querido sobrino:
Hoy estoy un poco entristecido, porque recibí la noticia de que falleció un maestro por el cual sentí mucha admiración. Casi todas las personas han tenido algún maestro o guía al cual han seguido en algún momento de sus vidas. Aristóteles siguió a Platón, y éste a Sócrates. Y, así con muchos otros personajes de la historia. Me parece que Jesús no fue la excepción. Puesto que los cristianos creen que Jesús es Dios, frecuentemente asumen que Jesús tuvo muchos seguidores, pero que él mismo no siguió a nadie. Pero, yo creo que lo más probable es que Jesús haya empezado por ser un discípulo de Juan el Bautista. Te explicaré por qué.
No es mucho lo que podemos conocer sobre Juan el Bautista, pero ciertamente se trata de un personaje muy significativo en la historia de Jesús. Según la narrativa de Lucas, Juan y Jesús eran primos. María, la madre de Jesús, habría recibido la anunciación del ángel Gabriel, y frente a su asombro, el ángel le comunicó que la prima de María, Isabel, había quedado encinta después de muchos años de esterilidad. Juan habría nacido de Isabel.
Yo dudo de que Jesús y Juan hayan sido primos. En la antigüedad existía la tendencia a inventar parentescos entre personajes que tuvieran cierta vinculación, a fin de estrechar sus lazos. Y, además, la historia sobre el parentesco entre Jesús y Juan permite al autor de Lucas enmarcar un relato sobre la visita de María a Isabel, la cual cumple el propósito de elaborar un cántico de gloria a Dios.
Probablemente, Juan era un predicador con un considerable número de seguidores. Juan se había retirado al río Jordán a practicar el rito del bautismo a quienes acudían a él. Pero, además de llevar a cabo el rito del bautismo, Juan destacaba por su prédica, la cual, según el testimonio de Mateo 3: 1, Marcos 1: 5 y Lucas 3: 2, también ocurría en el desierto de Judea. Y, probablemente, Juan no era un predicador solitario, sino que era acompañado por varios seguidores. Los evangelios no ofrecen detalles respecto a cuántas personas seguían a Juan, pero Josefo nos informa que Herodes Antipas ejecutó a Juan porque temía su popularidad y capacidad de convocatoria.
Juan había decidido retirarse al desierto a llevar una vida ascética. Según parece, había renunciado al ropaje convencional, y se vestía con pelos de camello y cinturón de cuero (Mateo 3: 4). Probablemente, Juan pretendía emular la antigua tradición, según la cual, el profeta Elías llevaba un vestido de pelo de camello y cinturón de cuero (I Reyes 1: 8). Pues, en buena medida, la prédica de Juan pretendía ser similar a la del antiguo profeta que anunciaba grandes catástrofes al pueblo de Israel, si éste no se arrepentía de sus pecados.
A tal punto llegó la emulación de Elías por parte de Juan que, según parece, varias personas llegaron a considerar que Juan era en realidad Elías. Vale destacar que, según el relato de II Reyes 2: 11, Elías fue arrebatado en un carro de fuego, y subió al cielo en una tempestad. Así, las narrativas sobre Elías eran muy imprecisas respecto a su muerte, y podía contemplarse la posibilidad de que nunca había muerto. Si no había muerto, entonces, quizás, había regresado bajo la imagen de Juan. Pues, en efecto, se esperaba que Elías regresara en un contexto apocalíptico (Malaquías 3: 23-24).
De hecho, según el relato de Juan 1: 19-20, los sacerdotes Jerusalén habían enviado mensajeros a preguntar a Juan si él era Elías. Según ese mismo relato, Juan niega ser Elías. Pero, no es del todo claro que Juan hubiese negado su identidad con Elías, pues en un lugar del evangelio de Mateo, se asume que Juan sí era Elías. En Mateo 11: 12-13, Jesús pronuncia: “Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga”.
En todo caso, creyese o no él mismo que era Elías, Juan el Bautista mantenía una afinidad con el antiguo profeta. Y, retirado al desierto, había asumido prácticas ascetas, no sólo materializadas en su manera de vestir, sino en una alimentación muy rudimentaria, con base en langostas y miel silvestre (Marcos 1:6; Mateo 3: 4).
Entre los judíos existían tradiciones ascéticas, pero no eran muy prominentes. Según recordarás, el grupo que con mayor prominencia tenía prácticas ascéticas eran los esenios, quienes se habían retirado a comunidades recluidas alejadas de Jerusalén, pues consideraban que el Templo había sido corrompido por los sacerdotes.
Las prácticas ascéticas suelen estar asociadas a un pesimismo respecto al estado actual del mundo. En este sentido, los ascetas suelen creer que el mundo está controlado por fuerzas malignas, y que los placeres materiales constituyen una manera de doblegarse frente al poderío de lo maligno. En el contexto judío, las prácticas ascetas solían estar acompañadas por creencias apocalípticas. Según estas creencias, el mundo está actualmente controlado por fuerzas demoníacas, y Dios pronto intervendrá abruptamente para destruir a las fuerzas malignas e instaurar una nueva época bajo su comando. En espera de esa inminente irrupción, los ascetas se retiraban de la vida en las ciudades en un intento por escapar a este mundo maligno, en espera de la pronta irrupción de Dios.
Los esenios, además de ser ascetas, eran apocalípticos. Presumiblemente, su retirada a las comunidades de Qumrán no pretendía ser indefinida. Antes bien, esperaban que su época de aislamiento no fuese muy prolongada, pues tenían la convicción de que, más temprano que tarde, llegaría el fin de este mundo, y se iniciara una nueva era. La prédica de Juan era marcadamente apocalíptica; esto, junto a sus prácticas ascetas y la cercanía entre Qumrán y el río Jordán, permite pensar en la posibilidad de que, quizás, Juan fue un esenio. Ni Josefo ni los evangelios enuncian que Juan fuese esenio. En todo caso, si en efecto fue un esenio, pareció haber renunciado al aislamiento en las comunidades recluidas, y fundó un movimiento propio.
Mateo y Lucas ofrecen algunos detalles respecto al contenido de la prédica de Juan. Si bien las palabras de Juan en Mateo y Lucas no son necesariamente fidedignas en su totalidad, probablemente reflejan la idea central de la prédica de Juan, pues resulta coherente con sus propias acciones, su muerte, así como con la posterior prédica de Jesús. El mensaje es marcadamente apocalíptico: en cualquier momento, Dios irrumpirá con toda su ira, y juzgará a los pecadores. Para evitar el inminente castigo divino, urge arrepentirse, porque el reino está por llegar.
En función de los anuncios apocalípticos, la prédica de Juan se asoma en un tono muy agresivo. Mateo y Lucas registran dichos como éste: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?” (Mateo 3:7; Lucas 3: 7). Y, frente a la depravación del mundo, Juan pronuncia continuas amenazas de un castigo inminente: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mateo 3: 10; Lucas 3: 9).
Tal era la convicción de Juan respecto a la corrupción del mundo, que una vez más con amenazas, advertía que no era suficiente con cumplir los ritos del judaísmo. Para salvarse del inminente castigo, sería necesario una verdadera conversión y arrepentimiento, pues no basta con ser parte del pueblo elegido: “Dad pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham” (Mateo 3: 9; Lucas 3: 8).
¿Qué se podía hacer frente al inminente juicio? Arrepentirse de los pecados. El arrepentimiento de corazón era fundamental, pero según parece, Juan pretendía alguna forma de expiación que hiciera el arrepentimiento más significativo, haciendo énfasis en la necesidad ascética para renunciar al mundo corrompido: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo… [a los recolectores de impuestos] no exijáis más de lo que está fijado… [a los soldados] no hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada” (Lucas 3: 14).
Como acto ritual para el arrepentimiento de los pecados, Juan bautizaba a orillas del río Jordán, en Judea. Según Mateo 3: 5, gentes procedentes de Jerusalén, toda la Judea y el Jordán acudían a él para ser bautizados. No parece tratarse de una exageración; Josefo confirma que, en efecto, el contingente de seguidores de Juan era extenso. La expectativa apocalíptica no era exclusiva de Juan o los esenios; antes bien, pululaba entre los judíos de la región. Y, en la medida en que aparecía un predicador anunciado el inminente fin del mundo y la necesidad de arrepentirse para evitar ser lanzados al fuego, las masas eran susceptibles de convertirse en sus seguidores. Juan, por su parte, debió haber sido un predicador bastante carismático, a la usanza de los antiguos profetas de Israel. Los pocos dichos que conocemos de él tienen mucha fuerza retórica, y presumiblemente, un hombre del desierto debía tener una oratoria muy emotiva. Seguramente sabes que las palabras enunciadas en un tono efervescente, “arrepentíos, porque el Reino se acerca” han sido evocadas por predicadores populistas carismáticos desde entonces, y suelen tener poder de convocatoria.
El ritual del bautismo consistía en una inmersión en el agua como símbolo para lavar los pecados de quienes se arrepentían. Los ritos de purificación eran prominentes en el judaísmo, en especial aquellos que debían realizarse como preparación para la entrada al Templo en Jerusalén. Pero, el tipo de purificación que Juan practicaba parecía ser más bien una purificación simbólica como corolario de la purificación espiritual que consistía en el arrepentimiento por los pecados.
Es posible que, además de emular a Elías, Juan tuviese en mente la emulación de Josué, el caudillo quien, según la tradición, condujo a Israel a cruzar el Jordán para conquistar la Tierra Prometida. Bien podría Juan haber pretendido la preparación una nueva conquista: lo mismo que José, los judíos conquistarían una vez más la Tierra Prometida, pero esta vez para librarla en una batalla apocalíptica, bajo el comando de Dios en su inminente intervención.
Juan no habría sido el único en emular en un marco apocalíptico el cruce del Jordán, a la manera de Josué. Josefo nos ha dejado la noticia de que un tal Teudas, convenció a mucha gente de que lo siguiera, pues él dividiría el Jordán en dos para permitir el paso de su pueblo (el mismo milagro que Josué realizó, según Josué 3: 14-17). Posiblemente, Teudas pudo haber alegado ser el Mesías, pues era relativamente fácil convocar multitudes con este alegato, más aún si se disponían a emular el paso del Jordán para una nueva conquista. En todo caso, este cruce del Jordán fue percibido como una amenaza por las autoridades romanas, y la mayor parte de quienes acompañaban a Teudas fueron masacrados en una batalla muy desigual: los seguidores de Teudas habrían esperado una intervención milagrosa, pues parecían estar convencidos de que Dios irrumpiría a su favor, y por ende, presumiblemente no iban armados o preparados para el combate. A su frente, tenían a los soldados del imperio, bien entrenados y disciplinados. Hechos 5: 36-38 confirma este suceso, a pesar de que la ubicación cronológica que presenta el autor de Hechos sobre este suceso contradice la noticia de Josefo (Hechos sugiere que el episodio de Teudas ocurrió décadas antes del momento alegado por Josefo).
Creo bastante plausible que Juan tuviese una intención parecida a la de Teudas. Pero, en todo caso, además de agitar a las masas frente a una eventual conquista apocalíptica en el Jordán, propiciaba su purificación espiritual frente a la expectativa de la inminente llegada del Reino.
Todo parece indicar que Jesús formó parte de ese contingente de personas que acudía a Juan para arrepentirse de sus pecados y recibir el bautismo como medio ritual de la conversión, en expectativa apocalíptica. El bautismo de Jesús implica dos cuestiones que probablemente hubo de incomodar a los evangelistas. En primer lugar, suponía que Jesús no estaba libre de pecados, pues si había acudido al bautismo, era precisamente con la intención de arrepentirse y de quedar purificado de los pecados. Por ello, es muy poco probable que los evangelistas hubieran inventado un acontecimiento que suponía la imperfección moral de Jesús. Si los evangelios narran que Jesús fue bautizado, probablemente este hecho sí ocurrió, pues dadas las intenciones de los evangelistas, éstos hubiesen preferido que Jesús no hubiera sido bautizado.
Además, el hecho de que Juan bautice a Jesús implica una relación de superioridad del primero respecto al segundo, en la medida en que Jesús se somete a la acción ritual de Juan. Precisamente por tratarse de un hecho que, en cierto sentido, avergonzaría a los evangelistas (en tanto devotos de Jesús, considerarían que éste es superior a Juan), es razonable pensar que el evento en cuestión sí ocurrió.
De hecho, en los evangelios se aprecian esfuerzos por intentar disimular la condición de inferioridad y subordinación de Jesús respecto a Juan. Marcos y Lucas narran que, en efecto, Jesús fue a ser bautizado, como los demás seguidores de Juan. Pero, el bautismo de Jesús se enmarca en una escena apoteósica: “en cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: ‘Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (Marcos 1: 10-11). Así, Marcos incorpora un evento que le resulta sutilmente vergonzoso, pero crea un artificio literario para darle un giro y hacer intervenir una voz divina que lo reconoce como su hijo amado.
En Mateo, los intentos por disimular la inferioridad de Jesús son aún más elaborados. En el bautismo, ya no sólo se oye la voz divina y baja sobre Jesús una paloma, sino que el mismo Juan está renuente a bautizar a Jesús, al considerarse a sí mismo en condición de inferioridad respecto a Jesús: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mateo 3: 13).
Ya en el evangelio de Juan, Jesús ni siquiera es bautizado por Juan. Al ver a Jesús, Juan lo reconoce como el “cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1: 29). En otras palabras, en el entendimiento del evangelio de Juan, Jesús no acude a remover sus pecados, sino que él mismo quita el pecado del mundo.
Así, resulta bastante evidente que Jesús acudió a ser bautizado por Juan y, por ende, presumiblemente era uno de sus discípulos. Pero, los evangelios tratan de ofrecer un giro a este hecho vergonzoso, y narran, no sólo una escena bautismal apoteósica, sino que también colocan en boca de Juan el reconocimiento de la grandeza de Jesús, aún por encima de él. Pues, en los evangelios, Juan aparece como un predicador que anuncia la llegada detrás de él de uno más grande y fuerte, quien bautizará con fuego, y del cual el mismo Juan admite ni siquiera ser digno de llevarle las sandalias.
Naturalmente, la escena del bautismo de Jesús, tal como la narran los evangelios, es probablemente un timo. Ciertamente Jesús debió haber sido bautizado por Juan, pero los detalles apoteósicos que aparecen en los evangelios son seguramente añadidos posteriores. Lo más probable es que Jesús fuese bautizado como un discípulo más de Juan, sin sobresalir por encima del resto de quienes acudían al Jordán.
Con todo, es posible que, en efecto, Juan anunciase la futura llegada del Mesías. Si bien Juan estaba inserto en el contexto de la expectativa mesiánica, es poco probable que él mismo alegase ser el Mesías. Su ministerio orbitaba en torno a la noción de que hay que prepararse para los futuros eventos, de manera tal que aún el Mesías no habría llegado. Ahora bien, es producto de la fabricación literaria que Juan identificase a Jesús como el Mesías. El evangelio de Juan es explícito al respecto, pues Juan inmediatamente reconoce a Jesús como el enviado por Dios. Es fácilmente apreciable que esto no es un hecho histórico. Lo más probable es que Juan esperase al Mesías, pero no que identificase a Jesús como ese futuro Mesías. De hecho, los evangelios de Mateo y Lucas narran que el mismo Juan no estaba absolutamente seguro de que Jesús fuese el Mesías, pues envió a sus discípulos a preguntar a Jesús si él era el Mesías (Mateo 11: 2; Lucas 7: 20).
Mateo, Marcos y Lucas narran que Herodes Antipas, el tetrarca de Galilea, había mandado a ejecutar a Juan. Esto es bastante probable, pues Josefo lo confirma. Pero, Josefo difiere de los evangelios sinópticos respecto a los motivos por los cuales Herodes ejecutó a Juan. Según los evangelios, Herodes Antipas había tomado como esposa a Herodías, la mujer de su hermano. Juan, según los evangelios, condenaba este matrimonio en su prédica, y Herodes, incómodo con esta censura, ordenó arrestar a Juan. Con mucho dramatismo, Mateo 14: 3-12 y Marcos 6: 17-29 narran que Herodes estaba renuente a ejecutar a Juan. Pero, en un banquete, la hija de Herodías bailó para Herodes, y éste, complacido, juró darle lo que ella pidiera. La hija de Herodías consultó a su madre, y ésta le indicó que pidiera la cabeza de Juan Bautista. Herodes, quien había hecho el juramento frente a los invitados, se entristeció, pero cumplió el deseo de la hija de Herodías. Sabemos por Josefo que la hija de Herodías se llamaba Salomé, y desde entonces, la escena de la danza de Salomé y la ejecución de Juan ha sido representada continuamente en el arte cristiano.Así, según la narrativa de los evangelios sinópticos, Juan fue ejecutado a causa de su denuncia de la inmoralidad sexual de Herodes.
Pero, creo que esa historia no es muy digna de credibilidad. Josefo, por su parte, ofrece una versión muy diferente sobre la muerte de Juan. Según narra Josefo, Herodes arrestó y ejecutó a Juan porque temía que su elocuencia y gran poder de convocatoria, pues en palabras de Josefo, “[los seguidores de Juan] parecían susceptibles de hacer cualquier cosa que él aconsejase”. Herodes, entonces, temía que Juan pudiera convocar una rebelión.
La versión de Josefo parece más plausible que la de los evangelios. Ya te he mencionado que Juan no habría sido el único en retirarse al Jordán a emular a Josué, y que después de Juan, un tal Teudas de hecho comandó una rebelión emulando el paso del Jordán (Hechos sugiere incluso que esto ocurrió antes de Juan, pero probablemente se trata de un error). La retórica de Juan podía ser fácilmente interpretada como incendiaria, lo suficiente como para propiciar una rebelión. Al menos como nos ha llegado a través de los evangelios, la prédica de Juan no invitaba a una rebelión armada; pero sí generaba una gran expectativa respecto a la irrupción inminente de Dios, y esto activaba emociones que, lógicamente, resultaban amenazadoras a los gobernantes.
No necesariamente la versión de Josefo está en contradicción con la versión de los evangelios: quizás, Juan fue arrestado tanto por su peligro como incitador a la rebelión, como por su denuncia de la vida conyugal de Herodes. Pero, parece haber más indicios de que el relato de los evangelios es una fabricación literaria para disimular el potencial político de Juan. En la época en que los evangelios sinópticos se escribieron, Jerusalén ya había sido destruida, y no había posibilidad de nuevas rebeliones. Frente al absoluto dominio romano, las comunidades cristianas hubieron de buscar congraciarse con los romanos, y resultó muy importante borrar los vestigios de rebelión política en las narrativas sobre Jesús y quienes le acompañaron.
Como sabrás, especialmente en el mundo católico, Juan el Bautista ha sido objeto de veneración, y es un lugar común entre cristianos y no cristianos contemplar con admiración la vida de este asceta quien, con profundas convicciones, trágicamente encontró su muerte. Me temo, querido sobrino, que no puedo estar de acuerdo con esto. Juan me resulta el precursor y prototipo de la larga lista de predicadores, cristianos y no cristianos, quienes intentan persuadir con base en el miedo, y no la persuasión razonada. Allí donde Aristóteles invitaba a precisar argumentos en el dominio del arte retórico, Juan y sus sucesores se han conformado con evocar el fuego y el infierno si no son escuchados.
Hay, es verdad, algunas enseñanzas éticas loables en la prédica de Juan. Si todos asumiéramos la conversión y el arrepentimiento que predicaba Juan, viviríamos en un mundo mucho mejor. Pero, cuando se invita a esa conversión por vía de la amenaza, las personas no asumen la conversión con la misma convicción que cuando lo hacen genuinamente, sin necesidad de que sean aplastadas con el miedo. Persuadir con base en el miedo puede ser una estrategia retórica eficaz al corto plazo, pero al largo plazo, una vez que los hombres vencen ese miedo, semejante estrategia se vuelve muy torpe.
Puedo comprender la prédica de Juan en el contexto cultural e histórico del siglo I. Ante un pueblo desesperado por la ocupación militar de poderes extranjeros, los anuncios apocalípticos tienen un sentido como esperanza y aliento de resistencia. Pero, creo que la prédica de Juan tiene poco que ofrecer al hombre moderno. Juan parecía creer que el fin era inminente; pues bien, ya han pasado casi dos mil años. Seguir creyendo que el fin es inminente es sencillamente anacrónico.
Más aún, la cosmovisión apocalíptica termina por ser profundamente irracional. Teudas pretendía que, con tan sólo pronunciar algunas palabras e invocar la intervención divina, el Jordán abriría sus aguas y, milagrosamente, los romanos serían vencidos. La realidad fue otra: junto a sus seguidores, Teudas fue aplastado por un ejército bien entrenado. La prédica apocalíptica propicia una suspensión de actividades en espera de que, milagrosamente, Dios intervenga y resuelva los problemas del mundo. Si se toma demasiado en serio hoy en día, la prédica de Juan y de los apocalípticos de su tiempo terminaría por propiciar que no tratemos de hacer de éste un mundo mejor: no tendría sentido buscar curas a las enfermedades, aliviar las crisis económicas, saciar el hambre mundial, etc., precisamente porque, en tanto ya Dios pronto intervendrá, nada de eso será necesario.
Y, también me resulta odioso el ascetismo de Juan, del cual ha emergido una larga tradición ascética cristiana. Así como la actitud apocalíptica propicia una renuncia a los intentos por hacer de éste un mundo mejor, la actitud ascética propicia un intento de escape de los males de este mundo, pero sólo para conducir a mayores mortificaciones. Si bien el ascetismo es de vieja data incluso en la tradición judía, Juan es en buena medida el fundador del odio al placer que tanto ha caracterizado a la religión cristiana en los siglos subsiguientes. Desde Juan, se ha adelantado una visión de un Dios que se complace con el sufrimiento propio y la renuncia a los placeres de la vida. Juan me resulta el prototipo del masoquista cristiano.
En todo caso, resulta bastante probable, entonces, que Jesús empezara como un discípulo de Juan. La fama de Juan habría alcanzado Galilea (la región de origen de Jesús), y lo mismo que muchas otras personas procedentes de diferentes regiones circundantes, Jesús habría acudido al Jordán para recibir el bautismo e iniciarse en el movimiento de Juan. El arresto de Juan, no obstante, si bien no constituyó el final definitivo de su movimiento, al menos sí debió haberlo fracturado significativamente. Y, probablemente, fue el arresto de Juan lo que motivó a Jesús a formar su propio movimiento.
Según parece, a lo largo de su ministerio Jesús mantuvo en alta estima a su antiguo maestro, Juan (Mateo 11: 11; 21: 32; Lucas 7: 28). En una futura carta te podré explicar que Jesús conservó de Juan la prédica apocalíptica: lo mismo que su maestro, Jesús creía en la inminente intervención de Dios para remediar los males del mundo. Pero, el movimiento de Jesús no fue meramente una continuidad del movimiento de Juan. Antes bien, algunas diferencias importantes separan al movimiento de Jesús del de Juan. Y, según parece, aún después del arresto de Juan, su movimiento siguió y coexistió con el movimiento de Jesús.
De hecho, el evangelio de Juan señala que dos discípulos de Juan, uno de los cuales era Andrés, el hermano de Simón Pedro, siguió a Jesús y se convirtió en su discípulo (Juan 1: 35-39). No es precisable si esta historia es confiable, pues los evangelios sinópticos sugieren que Andrés fue llamado por Jesús en Cafarnaúm (Mateo 4: 19-20; Marcos 1: 17-18; Lucas 5: 11). En todo caso, sí es plausible que, en efecto, el carisma de Jesús propiciara la fundación de su propio movimiento tras la muerte de Juan, y se unieran a él antiguos discípulos de Juan.
Así, querido sobrino, disfruta cuanto quieras todas las fiestas de san Juan los 21 de junio. Ya te había mencionado que los cristianos escogieron el solsticio de invierno para celebrar la navidad; pues bien, el solsticio de verano es también la festividad de san Juan. He visto cómo en muchos países cristianos, se prenden fogatas y la gente se baña de noche en las playas durante esa celebración. De nuevo, disfruta cuanto quieras y no te propongo que sabotees las fiestas. Pero, sí te propongo que reconsideres al personaje de Juan el Bautista, a la luz de lo que te he explicado.
Se despide con mucho cariño, tu tío Gabriel.
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