lunes, 13 de septiembre de 2010

2: Cada texto en su contexto




Querido sobrino:

Sabía que no ibas a decepcionarme, y que te tomarías muy en serio mi carta anterior. Me he deleitado en saber que has investigado por tu cuenta un poco sobre la vida y obra de Josefo, Tácito, Suetonio y Plinio el joven. Ya en la carta anterior te había señalado que, a mi juicio, el testimonio de estos autores sobre la vida de Jesús no me parece prueba contundente de que Jesús existió, pero con todo, sí estoy dispuesto a admitir que hubo un Jesús histórico.
Pero, ¿cuánto podemos conocer sobre la vida de Jesús? Me temo que muy poco, o no tanto como tradicionalmente se supone. Sospecho que tus maestros cristianos quieren hacerte creer que hay muchísima información sobre la vida de Jesús; después de todo, contamos con cuatro estupendas biografías, a saber, los cuatro evangelios. Pero creo que tus maestros se equivocan. Por razones que te explicaré en esta misma carta, los evangelios no son textos confiables, y si bien podemos creer algunas de las historias sobre Jesús, no podemos creer todas las historias de los evangelios.
Es crucial saber ubicar a cada texto en su contexto. Por ejemplo, si lees una biografía sobre Hitler, escrita en Alemania en el año 1936, bajo el auspicio del partido nazi, probablemente de antemano sabrás que esa biografía no sería confiable. Pues, el contexto de esa biografía perjudicaría la credibilidad del biógrafo: probablemente, el biógrafo narraría maravillas sobre Hitler, y no se atrevería a reseñar ningún aspecto sombrío de la vida del Fuhrer.
Necesitamos hacer lo mismo con los evangelios: necesitamos evaluar el contexto en el cual fueron escritos, a fin de estar atentos respecto a cuánto podemos aceptar de su narrativa. Para el momento del nacimiento de Jesús, los territorios habitados por los judíos (fundamentalmente, las provincias de Judea y Galilea) estaban bajo el dominio romano. Seis siglos antes de nuestra era, los judíos habían sido deportados de su tierra por los babilonios. Pero, después de siete décadas, les fue permitido regresar a su tierra de origen, esta vez bajo el dominio de los persas.
Al dominio persa, le sucedió el dominio de un poder imperial de los seléucidas, unos gobernantes de cultura griega, y siglo y medio antes del nacimiento de Jesús, hubo una terrible revuelta para expulsar al dominio seléucida. Los judíos lograron su acometido, y por algunas décadas, tuvieron a sus propios gobernantes. Pero, debido a algunas intrigas, Roma, el nuevo poder imperial en la región, logró dominar indirectamente el territorio de los judíos, a través de una especie de rey títere, Herodes el Grande (el mismo que, supuestamente, ordenó la ejecución de los niños).
Desde entonces, los romanos tuvieron una fuerte presencia militar en la tierra de los judíos. Naturalmente, los judíos deseaban liberarse del dominio romano (como, siglo y medio antes lo habían hecho con los seléucidas), y la época de Jesús estuvo marcada por frecuentes revueltas armadas.
Probablemente Jesús murió hacia el año 30 de nuestra era. Después de su muerte, las revueltas armadas continuaron creciendo, y llegaron a su punto cumbre en el año 66 de nuestra era. Ese año, unos guerrilleros judíos emprendieron una insurrección que, en un inicio, fue exitosa, y colocó en jaque el dominio romano en la región.
Pero, la respuesta romana no se hizo esperar, y el emperador romano del momento, Nerón, encomendó al general Vespasiano, y al hijo de éste, Tito, el comando de la ofensiva romana. Los romanos fueron recuperando territorio, y tras cuatro años de guerra, sitiaron Jerusalén por seis meses. El sitio de Jerusalén fue espeluznante: los romanos rodearon la ciudad y crucificaron a todo aquel que intentara escapar, sin bajar los cuerpos de las cruces, para que sirviera de señal terrorífica a los habitantes de Jerusalén y se rindieran. Pero, los guerrilleros judíos, determinados a prolongar la lucha hasta el final, quemaron las fuentes de comida de la ciudad, a fin de que sus habitantes se vieran obligados a luchar, en vez de negociar la rendición. Estas condiciones provocaron prácticas caníbales durante el sitio de Jerusalén.
Al final, en parte como producto del hambre y de la mala organización de los guerrileros, los romanos lograron dominar la ciudad el año 70 de nuestra era. Los romanos saquearon el tesoro del Templo de Jerusalén, y quemaron la mayor parte de la ciudad, incluido el Templo; de este edificio, hoy sólo queda un muro, el cual los judíos contemporáneos han tomado como lugar para expresar sus lamentos; seguramente lo habrás visto en la tele.
Los primeros textos del Nuevo testamento son probablemente las cartas de Pablo. Pablo no es el autor de todas las cartas que se le atribuyen (es un poco complicado explicarte en esta carta cómo sabemos esto, pero espero que despierte tu interés y lo averigües por tu cuenta), pero sí es probable que escribió al menos siete de ellas. Probablemente Pablo escribió sus cartas entre el año 40 y el año 60 de nuestra era.
Seguramente tus maestros cristianos te habrán enseñado que conocemos muy bien cuándo y quiénes escribieron los evangelios. Mateo fue un recolector de impuestos que luego se hizo discípulo de Jesús, y fue el primero en escribir un evangelio. Marcos fue un discípulo de Pedro (el discípulo de Jesús) y probablemente estuvo cerca de Jesús cuando fue arrestado, y escribió su evangelio poco tiempo después de Mateo. Lucas fue el médico acompañante de Pablo en sus viajes, y fue el tercero en escribir un evangelio. Y, Juan fue un pescador que, junto a su hermano Santiago, se hizo discípulo de Jesús; muchos años después, se exilió en la isla de Patmos, y ahí escribió el cuarto evangelio, junto a la carta de Juan y el Apocalipsis. Así, excepto el evangelio de Juan, los evangelios se habrían escrito poco tiempo después de la muerte de Jesús.
Pero, no creo racional aceptar esa versión de los hechos. Es muy probable que los evangelios empezaron a escribirse después de los trágicos acontecimientos en Jerusalén en el año 70 (o, si no, al menos justo antes). Y, también es muy probable que Mateo, Marcos, Lucas y Juan no sean los autores de los evangelios que llevan sus nombres. Te explicaré por qué.
En primer lugar, en los manuscritos más antiguos de los evangelios, los cuales datan del siglo ***, no figuran los títulos por los cuales hoy son conocidos. Los nombres Mateo, Marcos, Lucas y Juan en los títulos son adiciones posteriores. Y, salvo alguna referencia imprecisa y de difícil interpretación en el evangelio de Juan, los evangelistas no ofrecen indicios respecto a su propia identidad.
Tú, querido sobrino, siempre has tenido un estilo muy característico al escribir tus cartas. Y, por eso, sospecho que, si alguna vez escribes un libro, querrás que se respete tu copyright. De hecho, pareciera que cualquier autor de un libro querría que se conociera su identidad. Pero, la idea del individuo como creador artístico e intelectual no tenía mucha fuerza entre los antiguos, y era muy común que se escribiesen libros atribuidos a otros autores, a fin de enmarcar el escrito en las enseñanzas que se atribuían al supuesto autor.
Marcos es probablemente el evangelio más temprano. Los evangelios de Mateo y Lucas tienen gruesas porciones que son casi idénticas (palabra por palabra) a buena parte del contenido de Marcos. Pero, al mismo tiempo, Lucas y Mateo tienen muchas porciones muy parecidas entre sí que no aparecen en Marcos. Asimismo, la mayor parte de Marcos está repetida en Mateo y Lucas, pero estos dos evangelios tienen porciones que no aparecen en ningún otro evangelio. De esto, cabe inferir que Marcos sirvió de fuente a Mateo y Lucas y, por ende, es el más antiguo de los tres. En vista de que estos tres evangelios tienen mucho material en común, son comúnmente llamados los ‘evangelios sinópticos’, del griego ‘synopsis’, que significa ‘visión conjunta’.
Probablemente, Marcos fue escrito hacia el año 70, o quizás un poco después. Como te comentaba, ese año, las tropas romanas destruyeron Jerusalén tras un brutal asedio de cuatro años; y como parte de la destrucción, incendiaron el Templo de Jerusalén. Pues bien, en unos discursos que aparecen en Marcos 13, Jesús anuncia que el Templo será destruido.
Creo que la conclusión más racional es que el autor de Marcos, habiendo conocido que el Templo de Jerusalén había sido destruido, colocara en boca de Jesús una profecía sobre lo que iba a ocurrir con cierto detalle. Y, por ello, Marcos debió haber sido escrito después de la destrucción del Templo (pero no mucho tiempo después, pues el impacto de los acontecimientos se conserva en el evangelio). Pues, Jesús no sólo predice la destrucción del Templo, sino que, en su discurso, anuncia grandes calamidades, las cuales resultan ser muy parecidas a los suplicios que vivió Jerusalén durante el asedio romano.
Me preguntarás: ¿de dónde, entonces, viene la tradición de que Marcos es el autor del evangelio que lleva su nombre? Pues bien, la tradición cristiana, remontada al autor cristiano del siglo II, Papías, estipula que el autor del evangelio de Marcos es el Marcos que se menciona en I Pedro 5: 13 como colaborador de Pedro (Marcos habría escrito el evangelio tras recoger la información proveniente de Pedro), y a su vez, es el mismo Marcos referido en Hechos 12: 25, y el personaje que, según el mismo evangelio de Marcos, envuelto en un lienzo siguió a Jesús en el momento de su arresto, pero después logró escapar.
A decir verdad, me resulta muy implausible que todos estos personajes en realidad sean uno solo. Creo que es importante tener en cuenta que, en el evangelio de Marcos se le dedica mucha atención al arresto, juicio y muerte de Jesús. Y, por ello, me parece plausible pensar que Marcos fue escrito por algún cristiano perteneciente a una comunidad perseguida, pues en efecto, el tema de la persecución es central en la narrativa. En el año 64 de nuestra era, hubo un incendio en Roma, y esto generó una voraz persecución contra los cristianos en la capital del imperio, pues se creía que los cristianos eran los culpables del incendio. Y, en vista de esto, quizás el autor de Marcos procediera de Roma, o al menos, estaba imbuido de la cultura romana, pero sentía muy de cerca la persecución.
El segundo evangelio en ser escrito fue probablemente Mateo. Una vez más, no hay ningún indicio interno respecto a la identidad de su autor, pero la tradición remontada a Papías, estipula que el autor de este evangelio es Mateo, el recaudador de impuestos referido en Mateo 9: 9. No obstante, este mismo recaudador de impuestos es llamado ‘Leví’ en Marcos y Lucas, de forma tal que la identidad de ese Mateo está en duda. En todo caso, la sofisticación del uso de la lengua griega en ese evangelio hace muy implausible que un recolector de impuestos en Galilea (la región de Jesús) sea el autor del evangelio en cuestión. Y, además, el texto no está compuesto como si procediese de un testigo ocular de los acontecimientos, pues si el autor en realidad hubiese sido Mateo, no habría tenido necesidad de depender de Marcos como fuente.
Me parece más plausible que el autor de Mateo haya sido un judío de la diáspora (es decir, un judío que no vivía en los territorios judíos) con un profundo conocimiento respecto a las tradiciones judías. Pues, uno de los temas centrales en Mateo es la presentación de Jesús como el mesías que cumple las profecías del Antiguo testamento, amén de que muchas historias están impregnadas de un rico simbolismo judío. Y, para ello, el autor de Mateo constantemente hace paráfrasis de pasajes de las escrituras sagradas judías.
Desde hacía varios siglos, los judíos tenían la creencia de que, en algún momento, llegaría un rey guerrero enviado por Dios, quien los liberaría del yugo opresor de sus enemigos. La antigua usanza entre los ancestros de los judíos era que los reyes eran ceremonialmente ungidos con aceite por los sacerdotes. Pues bien, a este rey guerrero que estaba por venir eventualmente se le llamó el ‘mesías’, lo cual quiere decir ‘el ungido’ en hebreo. Y, se esperaba que este mesías fuera descendiente del rey David, y también que cumpliera algunas de las profecías anunciadas en los libros que hoy conforman el Antiguo testamento. El autor de Mateo desarrolla sus narrativas sobre la vida de Jesús, con el firme propósito de demostrar que, en efecto, Jesús es el mesías que cumple muchas de las profecías del Antiguo testamento.
Pero, al mismo tiempo, el autor de Mateo demuestra cierta animosidad contra los judíos, en su retrato de las disputas de Jesús con los fariseos, así como las muy duras palabras que dirige contra ellos. Lo más probable es que el autor de Mateo fuese parte de una comunidad de judíos, pero en cuanto seguidores de Jesús como el mesías, recibiesen el rechazo de los judíos convencionales, pues éstos nunca aceptaron que Jesús cumpliese las profecías mesiánicas.
Ya te he mencionado que el autor de Mateo empleó el evangelio de Marcos como fuente para su composición, de forma tal que, si Marcos procede de al menos el año 70, Mateo es posterior a esa fecha; pero no posterior al año 110, pues ya en esa fecha, el autor cristiano Ignacio de Antioquía parecía tener noticia del evangelio en cuestión. Lo más probable es que fuera escrito en la década de los 80.
Lucas es probablemente el tercer evangelio en haberse escrito. Seguramente tus maestros cristianos te han enseñado que el Lucas referido en las cartas atribuidas a Pablo, Filemón 24; Colosenses 4: 14 y II Timoteo 4: 11 (asumiendo que, en efecto, son la misma persona) como colaborador del apóstol Pablo, sea el autor de Lucas. No obstante, a mí me resulta mucho más probable que el autor de Lucas no sea ese personaje en cuestión.
Cabe poca duda de que el autor de Lucas y el autor de Hechos es el mismo (ambos textos comparten la misma dedicatoria, el mismo estilo y los mismos temas). Ahora bien, Hechos tiene relatos que discrepan de la información provista por Pablo en algunas de sus epístolas, de forma tal que es implausible que el autor de Hechos (y por ende, de Lucas) haya conocido personalmente a Pablo.
Por ello, me resulta más plausible pensar que el autor de Lucas fuese un no judío, pues a diferencia de Mateo, este evangelio no tiene grandes preocupaciones por los temas judíos, y muestra abierta simpatía hacia los gentiles (es decir, hacia los no judíos). Puesto que Lucas también tomó a Marcos como fuente, probablemente hubo de ser escrito después del año 70. Y, es razonable pensar que es posterior a Mateo, pues Lucas hace mucho más énfasis sobre la importancia de la extensión del mensaje cristiano a los gentiles, idea que apareció más tardíamente. Así pues, me resulta razonable postular que Lucas fue escrito hacia el año 85.
Allí donde los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas presentan semejanzas de contenido entre sí (lo suficiente como para sospechar que Marcos sirvió de fuente a los otros dos evangelios sinópticos), el evangelio de Juan resulta diferente al resto, y por ello, muy probablemente fue escrito en autonomía de los demás. A lo largo de ese evangelio, se hace mención de un “discípulo a quien Jesús amaba” sin especificar su nombre (13: 23; 19: 26; 20: 2; 21: 7; 21: 20), y finalmente, tras hacer mención de él, Juan 21: 24 enuncia: “Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”. En función de eso, muchas personas han pensado que el autor de Juan es, en efecto, el ‘discípulo amado’, y a pesar de que este discípulo nunca es identificado como Juan, el hijo de Zebedeo (uno de los apóstoles de Jesús, mencionado en los otros evangelios), la tradición así lo asume.
No obstante, el contenido y estilo de Juan hacen improbable que fuese escrito por un hombre procedente de Galilea (la región de origen de Jesús), mucho menos por un testigo ocular de los acontecimientos que narra. Lo más probable es que Juan proceda de alguna comunidad de judíos que, por haber aceptado a Jesús como el mesías, habrían sido expulsados de las sinagogas (el tema de la expulsión de las sinagogas es prominente en este evangelio).
En los primeros años después de la muerte de Jesús, sus seguidores siguieron siendo judíos. Pero, a medida que fueron creciendo en número, el resto de los judíos los empezó a ver con sospecha, y no les agradaba su aceptación de Jesús como el mesías. Además, gracias a la labor de Pablo, varios gentiles se empezaron a ver atraídos por el mensaje de Jesús, y eventualmente se conformaron dos corrientes de cristianos: aquellos seguidores originales que cumplían las costumbres religiosas judías, y los nuevos seguidores que no procedían de la tradición judía.
Las tensiones entre los judíos que aceptaban a Jesús como mesías, y el resto de los judíos, fueron creciendo. Cuando estalló la guerra y los romanos finalmente aplastaron la revuelta judía, las autoridades judías tuvieron que reorganizarse frente a la desolación de la derrota. Y, para afianzar su identidad, decidieron excluir de sus comunidades a quienes aceptaran a Jesús como el mesías, al punto de que se exigía maldecirlos en las sinagogas. Por otra parte, los seguidores del movimiento de Jesús ya no eran exclusivamente judíos. Y, puesto que ahora contaban con miembros romanos y griegos, los cristianos optaron por alejarse de sus raíces judías y tratar de ganarse más el favor de las autoridades romanas.
Así, la ruptura definitiva del naciente cristianismo con el resto de las comunidades judías habría sucedido después de la destrucción del Templo en el año 70. Pero, la expulsión definitiva de las sinagogas ocurrió hacia el año 90, y puesto que este tema aparece reflejado en el evangelio de Juan, me resulta plausible pensar que, probablemente por esa misma época se compuso ese evangelio.
Los evangelios, entonces, no son testimonios absolutamente fidedignos, y tampoco fueron redactados por testigos oculares de los hechos. Probablemente, las historias sobre Jesús circularon en versiones orales por cuarenta años. En otra carta te explicaré que, probablemente, los primeros cristianos creían que el mundo se acabaría en cualquier momento, y por eso, no se vieron en la necesidad de escribir las versiones orales sobre Jesús. Pero, en vista de que el mundo no llegaba a su fin, después de casi cuarenta años de la muerte de Jesús, decidieron poner por escrito esas versiones.
Pero, cuarenta años es demasiado tiempo. Ya sabes que, cuando una historia circula oralmente, fácilmente puede sufrir modificaciones. Si narro que un amigo, de un amigo, de un amigo me dijo tal cosa, probablemente mi versión de los hechos sea distinta a cómo la narró la primera persona. Por eso, los evangelios no son crónicas históricas, sino más bien interpretaciones de los hechos originales.
Además, cada autor tenía sus propios intereses, y presenta la historia en función de su contexto. Al autor de Marcos le interesan los temas de persecución, al autor de Mateo, le interesan los temas de las profecías mesiánicas, al autor de Lucas le interesa la relación de Jesús con los no judíos, y al autor de Juan le interesa presentar a Jesús como una figura muy por encima de los mortales.
En otras palabras, los evangelios son, en cierto sentido, textos propagandísticos, en vez de crónicas objetivas. Los primeros años del cristianismo, la interpretación respecto a la figura de Jesús fue evolucionando. En los textos más tempranos, Jesús parece ser una persona con pasiones, angustias y temores; en los textos más tardíos, Jesús es muy cercano a ser una persona divina. Marcos, el evangelio más temprano, narra que se desespera en la crucifixión. Juan, el evangelio más tardío, narra que queda satisfecho con su propia misión en la crucifixión. Parece obvio que, con el paso del tiempo, la figura de Jesús se fue magnificando, al punto de convertirse en Dios mismo. Puedes ver, querido sobrino, que estos relatos no son algo así como ‘fotografías’ de los eventos, sino elaboraciones a partir de las interpretaciones de los autores.
Por ello, es sumamente difícil reconocer qué es historia y qué es leyenda en estos textos. Muchos detalles proceden de los antojos interpretativos de los autores, pero al mismo tiempo, varios relatos parecen plausibles. Con todo, creo que, al menos tentativamente, puedo ofrecerte algunos criterios para tener cierta noción respecto a la confiabilidad de las historias.
En primer lugar, no debería haber un periodo de tiempo demasiado extenso entre los eventos que se narran y la redacción del texto. Ya sabrás que la memoria humana es muy vulnerable a las omisiones, elaboraciones y distorsiones. Claro está, que un texto sea escrito tiempo después de los eventos no constituye automáticamente una razón para no confiar en él, pues así como la memoria humana es falible, quizás también un tiempo de reflexión es necesario para poder organizar los recuerdos. Pero, de forma general, entre más pasa el tiempo, más se olvida y se distorsiona. En este sentido, son más confiables las fuentes más tempranas, y menos confiables las fuentes más tardías. Por ello, resulta más conveniente confiar en los evangelios sinópticos que en Juan.
Puedo apostarte a que tus maestros cristianos nunca te hablaron de los evangelios ‘apócrifos’, pero también puedo apostarte a que alguna vez tú has escuchado sobre estos evangelios en algún programa sensacionalista de televisión. Ya sabes que en la Biblia hay cuatro evangelios. Estos evangelios son, por así decirlo, los evangelios ‘oficiales’ del cristianismo. Un término más convencional para estos evangelios es ‘canónicos’.
Pero, además de los cuatro evangelios canónicos, hay muchos otros evangelios (docenas, incluso) que también narran historias sobre la vida de Jesús. Algunos se centran en su infancia, otros se centran en sus enseñanzas, y aún otros en su muerte y resurrección. Desde hace mucho tiempo se conocía que estos evangelios existieron, pero fue hacia la mitad del siglo XX, cundo se descubrieron los manuscritos de muchos de estos evangelios en Nag Jamadi, en Egipto.
Ya sabrás que en los evangelios canónicos, Jesús hace milagros. Pero, en los evangelios apócrifos, se suele presentar a un Jesús que verdaderamente deslumbra cotidianamente con las cosas que hace. Quizás salvo uno de esos evangelios, el evangelio de Tomás, la mayoría de los evangelios apócrifos fueron escritos mucho tiempo después de los evangelios canónicos. Y, si hemos de seguir el criterio según el cual, entre más temprana es una fuente, más confiable es, entonces podemos prescindir de los evangelios apócrifos como fuente para reconstruir la vida de Jesús. Además, como te decía, todo el ropaje de eventos sobrenaturales en estos evangelios hace sospechar que se traten de eventos meramente legendarios.
Hay otros criterios para tener indicio respecto a cuán histórica es la narrativa. Si una historia es narrada por varias fuentes, entonces las probabilidades de que sea verdadera aumentan; pues, habría que explicar cómo múltiples fuentes inventaron la misma historia. Así, por ejemplo, los cuatro evangelios narran que Jesús murió por crucifixión; pero sólo Mateo narra que Jesús vivió en Egipto durante su niñez. En este sentido, la crucifixión es confiable como hecho histórico, pero no así la estadía en Egipto.
Pero, esto no es una regla inflexible. Pues, un hecho narrado en una sola fuente puede ser confiable, mientras que un hecho narrado en varias fuentes puede ser no confiable. Por ejemplo, la parábola sobre el hijo pródigo sólo aparece en Lucas, pero con todo, es bastante plausible que Jesús la haya pronunciado, en función de que otros criterios le confieren confiabilidad. Por su parte, la resurrección aparece en los cuatro evangelios canónicos, pero con todo, no es una narrativa históricamente confiable, en buena medida porque, además de atentar contra las leyes de la naturaleza, los detalles respecto a cómo ocurrió la resurrección varían en cada evangelio.
Más aún, para que una historia sea aceptada en función del criterio de que proviene de diversas fuentes, estas fuentes deben ser autónomas entre sí. Muchas veces, las narrativas sobre sucesos no proceden de testigos directos, sino de cronistas que se apoyan en otras fuentes. Y, de esa manera, dos cronistas pueden coincidir respecto a su testimonio en función de que ambas narrativas proceden de una misma fuente original; en este sentido, los relatos no son autónomos entre sí.
Es muy probable que, entre los primeros textos cristianos, hubiera un documento que recogiera los dichos de Jesús. Este documento habría servido como fuente para Mateo y Lucas. Esto explica cómo esos dos evangelios comparten muchos dichos que no están presentes en Marcos. Los especialistas en el estudio del Nuevo testamento llaman Q a ese hipotético documento, como inicial de la palabra alemana ‘quelle’, que significa ‘fuente’. Por ello, que un hecho sea narrado tanto por Mateo como por Lucas no lo hace confiable inmediatamente, pues esa historia puede proceder de la fuente que nutrió a ambos evangelios.
Además de eso, para que un hecho narrado sea históricamente confiable, también debe ser coherente con lo que otras fuentes mencionan, si no sobre el hecho en cuestión, al menos sobre el contexto en el cual se inscribe. Por fortuna, los evangelios canónicos no son los únicos textos del siglo I; de manera tal que para aceptar como histórico un hecho narrado en los evangelios, debe tenerse en consideración si ese hecho es plausible en función de lo que se conoce sobre las circunstancias en que supuestamente ocurrió.
Por último, las intenciones y subjetividades del autor de la fuente son cruciales para considerar si un hecho narrado es o no histórico. Si, por ejemplo, a lo largo del texto es evidente que el autor tiene la intención de que un personaje cumpla un determinado papel, entonces los sucesos que suceden para que el personaje en cuestión cumpla ese papel no son históricamente confiables. Los cuatro evangelios canónicos creen firmemente en Jesús como el mesías: en función de esto, es sospechosa la historicidad de los eventos que expresamente ocurren para convencer al lector de que, en efecto, Jesús es el mesías.
Pero, este criterio también puede emplearse a la inversa: aquellos eventos narrados que parecieran ir en detrimento de las intenciones del autor, probablemente son históricos. Como te comentaba en mi carta anterior, aquellos eventos que serían vergonzosos al autor, pero que, con todo, permanecen en la narrativa, son probablemente históricos. Pues, ningún autor se complacería en fabricar narrativas que van en contra de su propósito textual, y tampoco se atrevería a eliminar los hechos vergonzosos, si éstos habrían sido lo suficientemente conocidos. Por otra parte, los intentos por excusar lo vergonzoso con otras narrativas, son sospechosos, precisamente por las mismas razones.
De esa manera, querido sobrino, te exhorto a que, cuando te cuenten alguna historia sobre Jesús, intentes aplicar estos criterios para al menos tener un indicio sobre la confiabilidad de esa historia. Y, ten muy presente el contexto en el cual se escribieron los evangelios. Ninguno de los cuatro evangelios fue escrito por testigos oculares de los sucesos que pretenden narrar. Antes bien, proceden de autores que vivieron durante o después la destrucción de Jerusalén a manos de los romanos, y en función de ello, vinieron a formar parte de una comunidad cristiana ya separada de sus raíces judías.
Se despide con mucho afecto, tu tío Gabriel.

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