domingo, 19 de septiembre de 2010

7. ¿Fue Jesús un niño prodigio?




Querido sobrino:

Me encantó escucharte tocar piano y violín durante nuestra reunión en las pasadas navidades. Desde niño, fuiste una persona sumamente talentosa. Quizás no fuiste un prodigio en los deportes, pero ciertamente has tenido un enorme talento para la música y, ahora, los estudios. Por eso disfruto tanto intercambiar cartas contigo. Me resulta de vital importancia el cultivar los talentos desde la infancia, pues como muchos psicólogos nos advierten, ésta es la etapa cumbre en la determinación de la personalidad.
Sabrás que ha habido varios niños prodigio en la historia. El niño Mozart, por ejemplo, deslumbraba con sus habilidades. Y, seguramente conocerás las tradiciones cristianas según las cuales Jesús fue un prodigio, desde el mismo momento de su nacimiento. No sólo atrajo a los reyes magos mediante la estrella de Belén, sino que también fue reconocido como el mesías por un hombre en Jerusalén, y cuando era jovencito, terminó por enseñar a los doctores de la ley de Moisés en el templo de Jerusalén. Supongo que, en efecto, Jesús debió haber sido una persona considerablemente inteligente. Pero, creo que esas tradiciones cristianas sobre su infancia prodigiosa son un timo. Te explicaré por qué.
Lucas 2: 22-38 narra que, en continuación con la tradición judía, los padres de Jesús lo presentaron en el Templo en Jerusalén. Esto no formaba propiamente parte de la exigencia ritual judía, pero la tradición sí lo valoraba como un gesto significativo. De acuerdo a la narrativa de Lucas, en Jerusalén vivía un hombre llamado Simeón, a quien el Espíritu Santo había revelado que no moriría antes de ver al mesías. Cuando Jesús fue presentado al Templo, Simeón tomó al niño en brazos y lo reconoció como el mesías, elevando bendiciones. Asimismo, Ana, una profetisa que también merodeaba el Templo, reconoce al niño y habla sobre él a todos en Jerusalén.
Se trata de una historia que incorpora un elemento milagroso: es sumamente improbable que un hombre, con tan sólo contemplar a un niño, ya adivine que será grandioso. O, en todo caso, si así lo hizo, probablemente lo habría hecho también con muchos otros niños recién nacidos. Esta historia es típicamente común entre personajes prominentes en la antigüedad: después que se conoce la fama de algún personaje, se inventa que, desde su propia infancia ya estaba destinado a hacer cosas grandes, pues ya era reconocido como un prodigio por los mayores. Siete siglos después de Jesús, por ejemplo, se narró una historia similar sobre Mahoma: cuando éste era niño y acompañaba a su tío en las caravanas por el desierto, un monje cristiano lo contempló y anunció que el niño Mahoma sería un profeta de Dios.
Además, el relato sobre las bendiciones de Simeón constituye un poderoso recurso literario por parte del autor de Lucas. Pues, además de emplear esta narrativa para presentar a Jesús como el mesías, la bendición de Simeón es útil para expresar un mensaje sobre el cual hace énfasis todo el evangelio Lucas: la apertura a los gentiles. Al tener a Jesús en brazos, Simeón exclama: “… porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos tus pueblos, luz para iluminar a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2: 30-32). Lucas, un evangelio probablemente escrito por un gentil y dirigido a audiencias gentiles, confirma entonces, que la misión de Jesús no estará confinada al pueblo de Israel, sino a la humanidad entera.
Ahora bien, aún prescindiendo del relato sobre Simeón, ¿es aceptable como histórica la narrativa sobre la presentación de Jesús en el Templo? Es cierto que, como el mismo Lucas (2: 23) cita a las escrituras judías, la ley de Moisés estipulaba que los niños primogénitos debían ser consagrados a Dios (Éxodo 13: 12). Y, si los padres de Jesús eran judíos comunes, entonces es plausible que, en efecto, procurasen dar cumplimiento a ese mandato. Pero, la ley no estipulaba que era necesario presentarlo en algún santuario, mucho menos en el templo de Jerusalén. Si bien los judíos acudían a Jerusalén para ofrecer su culto en el templo durante la celebración de la Pascua, es poco plausible que unos padres galileos se dispusieran a emprender un viaje hasta Jerusalén con un niño recién nacido.
Y, una vez más, creo que debemos recurrir a uno de los criterios fundamentales para verificar la historicidad del relato: Lucas es el único texto del Nuevo testamento que incorpora la narrativa sobre la presentación en el Templo, de forma tal que sus probabilidades de ser histórica son menores.
Lucas incorpora aún otra narrativa sobre la infancia prodigiosa de Jesús, enmarcada nuevamente en el templo. Se narra que los padres de Jesús iban todos los años a la fiesta de la Pascua; ciertamente tenemos noticia de que, en tiempos de Jesús, los judíos procuraban asistir al Templo en Jerusalén para celebrar la Pascua. Pero, no es del todo seguro que fuese una práctica frecuente ir todos los años. En todo caso, es plausible que Jesús haya ido a Jerusalén varias veces en su vida.
La narrativa estipula que, en uno de esos viajes, cuando Jesús tenía doce años, al regresar a su tierra de origen en una caravana, los padres perdieron vista de él. Puesto que no lo encontraban, sus padres regresaron a Jerusalén, y después de tres días, lo encontraron en el templo participando en unas discusiones con los maestros de la Ley, y todos estaban muy sorprendidos por su inteligencia y sus respuestas.
Creo que podemos dudar esta historia. Además del hecho de que sólo es narrada por Lucas, resulta implausible por varias razones. En primer lugar, si bien no es enteramente implausible que un niño se pierda en una caravana de regreso de Jerusalén, resulta muy extraño que los padres no se percataran de ello por un día entero. Pero, es menos plausible aún que, en la Jerusalén del siglo I, un niño se codeara con maestros del templo en discusiones. Como la mayor parte de las sociedades semíticas de aquel entonces, la judía era profundamente gerontocrática (es decir, la autoridad estaba fuertemente acaparada por las personas de mayor edad), y los niños no eran considerados depositarios de la suficiente capacidad como para participar en discusiones con adultos. De hecho, los tres evangelios sinópticos narran que, ya adulto, Jesús tiene dificultades para que sus discípulos permitan que los niños se acerquen a él (Mateo 19: 13-15; Marcos 10: 13-16; Lucas 18: 15-17). En función de esto, creo poco probable que el púber Jesús tuviese acceso a discusiones con los maestros.
Y, si bien, ya como adulto, Jesús pareció detentar una sabiduría muy especial, es dudoso que tuviese una alta educación; ni siquiera es probable que supiera leer y escribir. En función de eso, es muy poco probable que un púber galileo tuviera el mínimo conocimiento para entablar discusiones con los maestros del templo en Jerusalén, el mayor centro de aprendizaje de la religión judía en el mundo. Como tal, el relato de Lucas sobre las discusiones con los doctores parece ser más bien un intento piadoso por presentar a un personaje que, ya desde su infancia, asombra a los demás con sus conocimientos. Más aún, el hecho de que Jesús fuese un galileo probablemente analfabeto quizás era vergonzoso para los primeros cristianos; de esa manera, el relato en cuestión podría ser un intento del autor de Lucas para contrarrestar esta reputación.
Además, en los primeros siglos del cristianismo, el tema de la infancia prodigiosa de Jesús fue aún más explotado en términos todavía más fantásticos. Algunos evangelios apócrifos (según recordarás, los evangelios que no fueron incluidos en la Biblia) describen unos poderes impresionantes de Jesús. El Evangelio de la infancia de Tomás, por ejemplo, narra que Jesús hacía travesuras a sus compañeritos, como por ejemplo, convertirlos en cabras; también hizo resucitar a algún amiguito muerto, y además, ridiculizaba a sus maestros, por no conocer bien las lecciones.
Hoy, por supuesto, la mayoría de los cristianos no aceptan los eventos prodigiosos que se narran en el Evangelio de la infancia de Tomás. Pero, así como no aceptamos esos relatos fantasiosos, tampoco deberíamos aceptar los relatos de Lucas sobre los eventos prodigiosos de la infancia de Jesús. Lo más probable es que Jesús haya sido un niño no muy apartado de lo normal en la Galilea del siglo I.
Se despide con mucho cariño, el tío Gabriel.

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